En nuestra sociedad está muy arraigada la idea de que las relaciones sexuales son un “pasatiempo”. ¿A qué nos referimos con esto? A que muchos consideran que la sexualidad está dada a la persona sólo para ofrecerle placer y para pasar lindos momentos con alguien. Esta visión no es nueva; por el contrario, viene desde muchas décadas atrás. Es cierto que este pensamiento no debería sorprendernos entre quienes tienen una vida sexual basada en este postulado, pero sí debería alertarnos cuando se lo menciona o aplica al ámbito de la vida matrimonial. ¿Acaso no hemos escuchado alguna vez cómo la gente le pregunta a una persona con familia “numerosa” si no tienen televisión, equiparando la intimidad sexual con mirar una serie?
Para darnos cuenta de esto tan sólo es necesario prestar atención a las palabras que se usan al referirse al tema. Cuando pensamos en la unión sexual conyugal, es muy grave ponerla al mismo nivel que una actividad de entretenimiento. Veamos por qué.
#1 No es sólo sexo
Llamar “sexo” a la intimidad matrimonial es una expresión en verdad reduccionista. Se le dice “sexo” a cualquier relación sexual, ya sea fuera del matrimonio, o entre personas del mismo sexo, o entre quienes se encuentran de modo casual con la intención de compartir un rato de placer y nada más. Sin embargo, lo que sucede en el matrimonio difiere por completo de cualquiera de las demás uniones sexuales.
Aunque por fuera pareciera que en todos los casos es lo mismo (dos personas que se unen mediante la sexualidad), la esencia de la acción es totalmente diferente. En el caso del matrimonio, es en el único en el cual el lenguaje expresado por los cuerpos es verdadero. Aquí entramos en el fascinante terreno de la Teología del Cuerpo. Nuestro querido San Juan Pablo II nos demostró mediante ésta que el cuerpo humano tiene un lenguaje que le es propio: es el lenguaje de la persona. Como somos una unidad sustancial de cuerpo y alma, podemos afirmar que no “poseemos” un cuerpo, sino que “somos” un cuerpo.
Por el contrario, esta errónea idea que circula que da a entender lo siguiente: que somos un alma que tiene el cuerpo como un medio para usar y realizar acciones. Pero nuestro cuerpo no es una cosa ni un medio: nuestro cuerpo es nosotros mismos. De modo tal que todo aquello que hacemos y decimos con este lo hacemos y decimos nosotros.
Cuando tomamos la mano de quien amamos no estamos simplemente agarrando su mano, sino que estamos tomando a toda su persona. No es casual que en la liturgia del sacramento del matrimonio los esposos demuestren su consentimiento tomando sus manos, en señal de que están tomando a toda la persona del otro para siempre.
Volviendo a la Teología del Cuerpo, esta nos explica que el cuerpo tiene un lenguaje que le es propio y que es objetivo. La diferencia sexual nos habla sobre el llamado a salir de uno mismo, para abrirse al otro en una unión que se enriquece recíprocamente en la diferencia. A su vez, el lenguaje propio de la unión sexual expresa la entrega total que hacen los esposos el uno al otro, en cuerpo y alma, y que esta unión es para siempre y se extiende más allá de ellos mismos en la fecundidad. Todo esto es lo que expresa con su lenguaje el cuerpo humano, refiriéndose al acto sexual.
Ahora bien, este lenguaje es consecuente con la realidad solamente en el marco de la entrega matrimonial. De otro modo, se lo está falseando, y se está expresando con el cuerpo algo que no condice con la realidad (aunque las personas no sean conscientes de ello).
#2 Es un acto de total entrega
Equiparar el acto conyugal a un pasatiempo es dar por supuesto que el objetivo de la intimidad es obtener placer, ya que los pasatiempos sirven para eso. Sin embargo, el fin último de la intimidad matrimonial no es el placer, es la entrega mutua total de los esposos y su unión. Dios no creó la sexualidad simplemente para pasarla bien un rato, sino para la donación recíproca de los cónyuges y su unión en una sola carne. ¡Qué gran diferencia!
Ahora nos podemos preguntar: ¿dónde está el placer en todo esto? La respuesta es simple: el placer es el fruto que viene como regalo a partir de esa entrega. Acudimos nuevamente a Juan Pablo II para clarificar. Si nos unimos sexualmente con el objetivo de sentir placer y pasarla bien, estamos usando a nuestro esposo o esposa como un medio de satisfacción de nuestras necesidades, tanto sensoriales como emocionales. Por el contrario, si nos unimos con la intención de entregarle todo nuestro ser y demostrarle nuestro amor siendo una sola carne, el placer adviene no sólo a nivel físico, sino también a nivel espiritual. De esto se trata el gozo del alma y la paz en el corazón que sienten los esposos luego del acto conyugal, vivido en la verdad y en la generosidad hacia el otro.
#3 Implica preparación y esfuerzo por parte de ambos cónyuges
Pensar la intimidad conyugal como un entretenimiento más conlleva la idea de que los esposos se unen sólo cuando les apetece física o emocionalmente. Deja entrever una vivencia de la sexualidad más instintiva y menos humana, en la cual la voluntad y la razón no tendrían nada que hacer. La unión sexual pasa a estar al mismo nivel que una película, una serie o una salida divertida. O incluso peor: pasa a competir con estas y más opciones. Entonces sucede que no tenemos tantas ganas físicas de unirnos, o que estamos cansados y preferimos encerrarnos en una pantalla. O por el contrario, tenemos tanto deseo de hacerlo sí o sí en este momento, que sacrificamos la totalidad de la entrega con tal de tener un momento placentero juntos.
Si realmente tuviéramos conciencia de lo que significa en profundidad el acto conyugal y del bien que hace al matrimonio, jamás lo equipararíamos con ninguna otra cosa. Uno de los tantos tesoros que nos enseña la aplicación de los métodos naturales es justamente el valor inigualable del acto conyugal. Aquellos días de espera que pueda vivir un matrimonio en el ciclo —en caso de que tengan que evitar un embarazo— hacen que la intimidad se desee con todo el ser, no sólo con el cuerpo. Porque puede pasar que los días infértiles y de “luz verde” lleguen con cansancio o con pocas ganas a nivel corporal, pero, si los esposos tienen el corazón preparado para ese momento, las entregas serás inmensamente gozosas y los días se aprovecharán por mil. ¿Por qué? Porque la unión es también una decisión que se trabaja, y en la cual ponemos esfuerzo para darle al cónyuge el bien merecido, dejando de lado una comodidad a veces inmadura.
Con todo lo expresado no queremos quitar importancia a las salidas y distracciones que hagan juntos los esposos. Al contrario, estas son muy positivas y enriquecedoras, pero nunca deberían equipararse ni quitar espacio a la intimidad conyugal, que otorga a los esposos una cantidad de bienes infinitamente mayor.
#4 Es un acto sagrado
Finalmente, la última razón por la cual el acto conyugal es esencialmente superior a otras actividades que los esposos puedan hacer es porque se trata de un acto sagrado. A partir del sacramento del matrimonio, la relación de amor de varón y mujer deja de ser exclusivamente de ellos, para abrirle las puertas a Cristo. Con los sacramentos Cristo toca nuestra naturaleza humana y la redime. El matrimonio es un ejemplo clave de esta redención. Mediante él, Jesús unge la carne de los esposos y los hace capaces de amarse en el Amor de Dios y según su lógica: un amor libre, fiel, total y fecundo.
La grandeza del acto conyugal radica en que en éste Dios no queda afuera. Al contrario, es mediante este acto que Dios otorga su Gracia a los esposos. Es decir, ambos cónyuges, como ministros del sacramento, se administran el amor y la Gracia de Dios mediante su unión conyugal. Es una lástima que aún hoy en día se vea a la sexualidad como algo separado absolutamente de Dios. Es un gran error, ya que es Dios mismo el creador de la sexualidad y, de hecho, es por medio de esta que confiere al hombre su imagen y semejanza. La persona humana es imagen de Dios Trinitario en cuanto es capaz de entrar en una comunión de vida y amor con otro por medio de su naturaleza sexuada.
Cuando hablamos del acto conyugal hablamos de un acto sagrado. En el libro del Cantar de los Cantares podemos leer cómo el amor erótico entre varón y mujer tiene una belleza y una fuerza propias, cuyo origen está en Dios (Cantar 8, 6-7). La intimidad de los esposos, vivida en su verdad, se transforma en una liturgia de los cuerpos y las almas en la cual ambos se donan en totalidad conforme al modo en que Cristo se dona a su Esposa la Iglesia. La unión sexual matrimonial es, de este modo, una hermosa oración que se eleva al Padre, mediante la cual los esposos celebran el sacrificio de su amor. Como si fuera poco, es en este abrazo conyugal en el cual Dios decidió dar lugar por excelencia a su liturgia creadora de vida nueva.
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Habiendo reflexionado sobre la grandeza y el valor de la vida matrimonial y de la unión entre el varón y la mujer, seamos testimonios de este tesoro ante tantos jóvenes que están sedientos del aquel amor pleno y verdadero que viene de lo Eterno. Sigamos el llamado de Juan Pablo II, quien ha dicho: “¡No tengan miedo! ¡Abran, abran de par en par las puertas a Cristo!”.
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