Considerado en sí mismo, bajo ninguna circunstancia el adulterio puede ser valorado como algo positivo. No hay necesidad de ahondar mucho en este punto. Ahora bien, me interesa plantear algo que, a primera vista, puede sonar un tanto extraño. Se trata de la posibilidad de un adulterio que no involucre a un tercero, sino que sea cometido con la propia pareja. ¿Esto es posible?
Adulterio y corazón
Cuando se habla de adulterio, generalmente se hace alusión al hecho de tener relaciones sexuales con alguien que no es la propia pareja. Pero esto, de alguna forma, es una suerte de punto de llegada de un camino que empieza mucho antes. Se trata de un camino que empieza en el corazón.
En efecto, antes de la “concreción” del adulterio hay salidas —por ejemplo, grupales— que llevan a intercambios de miradas, gestos o palabras. Está el hecho de empezar a seguir a esa otra persona en las redes sociales, y de mirar de tanto en tanto su perfil. Hay inbox, llamadas, mensajes de Whatsapp. De hecho, hay muchas otras cosas. Pero lo que siempre está de fondo es una determinada intención que brota del corazón. Se trata de albergar en el corazón la posibilidad de que pueda pasar algo con esa otra persona.
Lo dicho hasta el momento apunta a plantear cómo, en el fondo, todo adulterio es primero un adulterio del corazón. De hecho, es porque uno comete adulterio en su corazón que después lo lleva a la práctica. Por eso un examen más hondo del adulterio requiere un análisis de las inclinaciones y motivaciones profundas. Y es precisamente a la luz de éstas que se puede hablar de un adulterio que no involucre a un tercero.
Visible e invisible
En toda persona, lo visible y lo invisible se conjugan formando una asombrosa unidad. Así, toda persona es su cuerpo, pero no es sólo su cuerpo. En efecto, el cuerpo es fuente de un gran valor, pero la persona no vale sólo por su cuerpo. Ciertamente, la persona es también su alma, lo cual hace que sea poseedora de un maravilloso mundo interior. Y este mundo interior, lejos de oponerse al valor del cuerpo, permite que éste sea apreciado con una mayor hondura, realzando su valor.
Así, los ojos no son sólo marrones, azules o verdes: son los de alguien que mira con alegría, con deseo, con enojo, con preocupación. Los brazos no son sólo más o menos musculosos, delgados o ejercitados: son los de alguien capaz de abrazar, de sostener en un momento difícil, de dar contención. Las piernas no son sólo más o menos tonificadas, esbeltas o trabajadas: son las de alguien capaz de alejarse, o de caminar con uno en una misma dirección. Cuerpo y alma forman, pues, una asombrosa unidad; y quedarse sólo con uno implica cercenar al ser humano, mutilando su valor.
Con la propia pareja
Amar al otro implica afirmarlo en todo su valor. Implica reconocerlo como un sujeto, alguien a quien uno está dispuesto a entregarse y darle lo mejor. Supone descubrirlo como un alguien valioso; un alguien que vale no sólo por cómo se ve —su cuerpo—, sino también por cómo piensa, por cómo se para frente al mundo, por aquello que teme y por aquello que ama. Se trata, pues, de afirmarlo como persona: cuerpo y alma.
Evidentemente, en una relación, la afirmación del valor total del otro se va dando de manera progresiva, pues requiere un conocimiento mutuo que toma tiempo. Pero en materia de sexualidad, hay comportamientos que, lejos de ser una afirmación del valor total de la persona, implican afirmar ciertos valores dejando de lado otros. Es el caso, por ejemplo, de la consideración del otro como un objeto en una relación sexual. En efecto, una relación en la que prima la búsqueda del placer supone afirmar al otro principalmente por los valores de su cuerpo, dejando de lado su valor total como persona. El otro interesa sólo en cuanto cuerpo, no ya en cuanto persona. Y es aquí donde adquiere relevancia lo dicho respecto del adulterio del corazón.
Ciertamente, no es posible cometer adulterio si uno está con la persona que es sujeto de su amor. Pero en una relación sexual en la que prima la búsqueda del placer, uno en su corazón no está realmente con la persona, sino sólo con su cuerpo, y el cuerpo solo no es la persona. La persona deja de ser un sujeto de amor, y en atención a su cuerpo, es considerada un objeto de placer. Y así, por más que uno físicamente esté con la persona que “ama”, puede no estar con ella en su corazón.
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