En algunos sectores, es cada vez más generalizada la consideración de que la identidad sexual puede definirse al margen del cuerpo. El dato biológico está presente, pero no es determinante al momento de definir la propia identidad. Más aun, se puede incluso llegar a ver el cuerpo como un obstáculo a la libertad cuando la identidad elegida no concuerda con la biológica. En estos casos, se toma el propio cuerpo como si fuera una suerte de masa bruta, susceptible de ser modelada a fuerza de hormonas o intervenciones quirúrgicas. Ahora bien, estas consideraciones parecieran atribuir al cuerpo un valor “neutral”, sin tener en cuenta que el cuerpo posee un significado propio que trasciende la estricta dimensión de lo biológico.
El cuerpo como límite
La posibilidad de definir algo inherente al ser humano —como la identidad sexual— al margen del propio cuerpo expresa que, en el fondo, el cuerpo es visto como algo accesorio. El ser humano tiene un cuerpo, sí, pero este carecería de un valor o significado propios en lo que respecta a la afirmación de la propia identidad. De ahí que uno podría prescindir de él para responder preguntas como “¿quién soy?” o “¿quién quiero ser?”
El cuerpo tendría sus reglas, sí, pero estas se circunscribirían únicamente a la esfera de lo biológico. El hambre, la sed, o el deseo sexual tendrían un significado estrictamente físico. Y el valor del cuerpo dependería del peso que uno quisiera darle en orden a la “construcción” de la propia personalidad. Ahora bien, esta forma de concebir el cuerpo no hace sino empobrecer su valor.
El cuerpo como posibilidad
El ser humano es cuerpo, pero no es sólo su cuerpo: es una unidad de cuerpo y alma. La persona no es sólo su alma ni es sólo su cuerpo: es la unidad resultante de ambos. Tener esto en cuenta es importante, en primer lugar, porque como el cuerpo es un componente esencial de la persona, no es posible que alguien se defina a sí mismo al margen de él. El cuerpo no es un límite para el establecimiento de la propia identidad, sino que es uno de los elementos a partir de los cuales se afirma y fortalece la misma. En la respuesta a la pregunta “¿quién soy?”, el cuerpo interviene aportando su propio valor. En segundo lugar, el valor del cuerpo y sus expresiones no se circunscriben al plano de lo físico, sino que implican a toda la persona. El cuerpo siempre significa a la persona, pues lejos de ser una barrera que se interpone entre ella y el mundo, es la persona misma en su visibilidad. Cualquier deseo o necesidad del cuerpo es siempre de toda la persona.
Pero es posible profundizar todavía más en este último significado del cuerpo. La persona es una unidad de cuerpo y alma, y es en virtud de esta última que las expresiones del cuerpo adquieren una profundidad mayor. En efecto, el hambre o la sed ya no remiten sólo a una carencia física, sino que pueden inscribirse en la línea del anhelo que experimenta el ser humano de perfeccionarse y trascender personalmente, incluso más allá de esta vida. De igual manera, el deseo sexual posee un significado que no se agota sólo en lo físico, y que puede verse en una doble dimensión. Desde una dimensión comunitaria, mira a la trascendencia del ser humano en cuanto especie. Y desde una dimensión personal, mira al deseo que experimenta el ser humano de amar mediante la entrega de la propia persona, de hacerse don para otro.
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