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¿Cómo cambia la amistad?



Toda pareja está llamada a construir una amistad sobre la base del amor que hay entre ambos. Evidentemente, dicha amistad irá creciendo y haciéndose más fuerte en la medida que el amor también lo sea. ¿Qué características tiene esa amistad en las diversas etapas de la relación? ¿Cómo construir y hacer que sea más fuerte esa amistad? Son algunas de las preguntas que se tratan de responder en este artículo, que sintetiza muchos de los contenidos expuestos en artículos anteriores.

1. Para que haya amistad


Santo Tomás de Aquino presenta los elementos esenciales que deben darse para que haya una verdadera amistad (Suma de Teología. II-II, q23, a1, c). Estos elementos son tres. En primer lugar, debe haber un amor de benevolencia; es decir, uno debe querer el bien de la otra persona. Si me junto con alguien sólo por el bien que me puede proporcionar y no busco su bien, entonces, no se da este primer requisito.


En segundo lugar, dicha benevolencia debe ser recíproca. Es decir, no sólo yo debo buscar el bien de la otra persona, sino que la otra persona debe buscar también mi bien. Si yo busco el bien del otro, pero la otra persona busca sólo su propio provecho, no hay amistad. Por más que uno se esfuerce, si el otro no tiene interés en cultivar la amistad, ésta no surge verdaderamente.


En tercer lugar, esa mutua búsqueda del bien de la otra persona debe darse sobre la base de algo común. Es decir, para que se dé la amistad, los amigos deben compartir algo. Y mientras más profundo sea aquello que se comparte, más profunda será la amistad. Este es el elemento que permite “medir” cuán fuerte puede llegar a ser una amistad. Una amistad que se funda en el hecho de salir de fiesta juntos, es una amistad frágil, pues aquello que se comparte es algo superficial. Esta clase de amigos no suele estar cerca cuando hay problemas. En cambio, una amistad que se funda en el hecho de compartir ideales, valores, o la misma fe, es una amistad más sólida, porque aquello que se comparte es más profundo.


2. Enamoramiento y amistad


En el enamoramiento también está llamada a surgir la amistad. Pero, para que surja, es preciso que el amor-sentimiento dé paso al amor-decisión. Cuando uno empieza a estar con alguien, suele sentir cosas fuertes por esa persona. Es lo que alguien experimenta cuando está “enamorada” o “enamorado”. Está bien que esto sea así en los inicios de la relación. El problema puede darse cuando uno pretende basar su relación únicamente en lo que siente por el otro. ¿Por qué? Porque los sentimientos lo ponen a uno mismo en el centro, y el otro queda relegado: me siento bien estando contigo, me haces bien, (yo) siento cosas muy fuertes por ti. En el fondo, una relación que se basa sólo en los sentimientos corre el gran riesgo de ser egoísta, y el otro puede terminar siendo únicamente la excusa para sentir eso que siento. En una relación que se basa solamente en los sentimientos, es difícil que surja una verdadera amistad.


Los sentimientos no son malos; al contrario, son muy buenos, pues son un insumo para el amor-decisión. ¿En qué consiste éste? En el amor de benevolencia que mencioné más arriba: buscar el bien de la otra persona. En efecto, el hecho de sentir cosas muy fuertes por esa otra persona me ayuda a sentirme inclinado a buscar en todo el bien y lo mejor para él o ella. Y si esa búsqueda del bien del otro es recíproca, entonces, puede surgir una verdadera amistad.


3. Lo propio de la amistad de pareja


La amistad que surge en una relación de pareja tiene un elemento particular que no se da en los otros tipos de amistad. En una relación, ese amor de benevolencia va poco a poco adquiriendo la forma de una donación: “Busco tanto tu bien, que te entrego lo mejor que tengo: me entrego yo misma/o, a la vez que recibo el don de tu persona que me haces a mí.” De ahí que aquello común sobre lo cual se funda la amistad de la pareja es la vida de ambos: el compartir la propia vida con el otro.


Evidentemente, en el enamoramiento, esto se dará poco a poco, pues no es responsable apostarlo todo sin conocer a la otra persona. El mutuo conocimiento es progresivo, y la recíproca donación y aceptación del otro está llamada a ir creciendo en la misma medida. Finalmente, esta mutua entrega encontrará su expresión plena en el matrimonio.


4. Amor matrimonial


Durante el enamoramiento, debe haber quedado claro que sentir cosas fuertes hacia la otra persona no es suficiente para sostener una relación. Uno debe haber podido pasar del amor-sentimiento al amor-decisión, comprometiéndose a buscar en todo momento el bien y lo mejor para la otra persona. En efecto, los sentimientos fluctúan, y esa fluctuación muchas veces responde a causas que uno no puede controlar. En cambio, la decisión recíproca de buscar el bien de la otra persona puede sostenerse incluso en los momentos en los que no se siente “nada”. O también en los momentos en los que los que la otra persona hace algo que duele, y los sentimientos son adversos. Este es el amor que se requiere para emprender juntos la vida matrimonial.


En el matrimonio, ambos se comprometen a un amor exclusivo, incondicional, y para toda la vida. Lo interesante es que la elección del otro no es un único acto que se agota en el momento de la celebración del matrimonio. Cuando uno se casa, no conoce todo del otro: sabe sólo lo suficiente para asumir el desafío de dar ese paso juntos. La vida matrimonial le da a ambos la posibilidad de conocerse de un modo nuevo, incluso de descubrir aspectos del otro que antes no se conocían. Por eso el mutuo “sí” dado el día del matrimonio está llamado a renovarse permanentemente, todos los días. Todos los días hay que volver a elegir al otro, volver a hacerle el don de uno mismo, y volver a aceptar el don que la otra persona hace de sí, con sus grandezas y sus miserias.


5. Esposos y mejores amigos


El matrimonio es fuente de experiencias únicas —positivas y negativas—, y son experiencias que se dan sobre la base de estar compartiendo la vida juntos. Este compartir la vida es una experiencia intensa, y es la base sobre la cual se constituye una de las amistades más fuertes: la amistad matrimonial.


Con nadie más se comparte la vida como con el esposo o la esposa, por eso, para los esposos, la otra persona está llamada a convertirse en la mejor amiga o amigo. En la medida que se comparte la vida, las alegrías del otro se experimentan como propias. No se hace algo para que el otro “devuelva el favor”, por más que la reciprocidad exija que el intercambio se dé en ambas direcciones. Cuando uno de los cónyuges es feliz, el otro también lo es. Cuando uno hace algo por el otro, la felicidad de éste es ya su paga.


Artículo publicado con algunas modificaciones en Catholic-link.

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