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Foto del escritorMaru Di Marco

¿Cómo puedo ayudar al otro ante el dolor?



Un tiempo atrás, en un artículo en el que entrevisté a mi marido, Pablo Grossi (@pieperactivos), comentábamos que, según el filósofo alemán del siglo XX Josef Pieper, el amor no es “el deseo de que el otro se sienta bien siempre y en toda ocasión, y que se le ahorre bajo cualquier circunstancia el sufrir dolor”. Por el contrario, el amor, según Pieper, no busca la simple calma del amado, sino su bien efectivo y real. En esta época pascual, tales claves para una buena vida cristiana resuenan en nosotros con más fuerza aún. ¿Cómo obrar, entonces, ante el dolor de alguien a quien amamos?


¿La comodidad o el bien?


Según me ha enseñado Pablo, Josef Pieper afirma: “ningún amante puede consentir que la persona que ama prefiera la comodidad al bien […]. Amar a una persona no significa desear que pueda vivir libre de todo tipo de agobios, sino que en verdad le vaya bien”.


Un buen ejemplo que se me ocurre para ilustrar esta definición de amor es la relación entre Gandalf y Frodo, en El señor de los anillos. Gandalf lanza a su amigo Frodo a una aventura en la cual no le será evitada ninguna incomodidad. Sin embargo, lo hace por un bien mayor, y gracias al doloroso cumplimiento de su misión, Frodo se transforma en héroe.


¿Qué es “lo mejor”?


Por eso, pensemos: ¿en qué consiste que a alguien “en verdad le vaya bien”? Sin duda, siempre desearemos lo mejor para el otro. Pero debemos tener nuestra brújula del alma bien orientada para poder saber de qué estamos hablando cuando decimos “lo mejor”.


En el caso de Frodo, se trata del cumplimiento de la misión; en nuestro caso, creo que, análogamente, va por el lado del cumplimiento de nuestra vocación. Por supuesto que quisiéramos que nuestro ser amado tuviera todo lo que desea en la vida. Pero, si adoptamos una postura realista y confiamos en la Providencia de Dios, comprenderemos que quizás eso no es lo mejor para el otro.


Quizás aquello que lo hace más pleno, más verdaderamente feliz, es aquello que se obtiene atravesando un camino arduo. Y, sin lugar a dudas, “lo mejor” se identifica con la meta más ardua de todas: la santidad.


Acompañar el dolor en silencio


¿Acaso no tuvo que apartarse la mismísima Madre de Dios, y sufrir en silencio la Pasión de su hijo, para que Él cumpliera su misión sagrada, y nos librara así de la muerte y del pecado? Claro: el primer impulso del corazón de María debe haber sido hacer algo para aliviar o liberar a su Hijo. Sin embargo, ella comprendió que había algo más allá de ese dolor, algo más grande que ese suplicio, y se dedicó a acompañarlo desde su lugar.


De igual modo, debemos ser prudentes a la hora de responder ante una situación de dolor de nuestro ser amado. Muchas veces —y debo reconocer que esto es más habitual en los hombres, pero yo también suelo hacerlo—, cuando alguien a quien amamos nos cuenta un problema, respondemos intentando buscar automáticamente una solución. Pero esto no siempre es lo más acertado: a veces, el otro espera que simplemente acompañemos, como María, con nuestro silencio, con nuestra escucha.


Quizás, en esta misma actitud de servicio y silencio, podemos contribuir con pequeñas acciones cotidianas a la estabilidad y a la mejoría de nuestro ser amado, para que no se deje abrumar por los problemas, sino que también se mantenga realista, prudente y confiado en Dios, y así sobrelleve mejor las tribulaciones. Y aquí pienso, por ejemplo, en Sam, haciéndole la comida a Frodo, no tan lejos del Monte del Destino, o en Rosita Coto, la novia de Sam, esperándolo con heroica paciencia en la Comarca.


* * *


Las grandes historias de héroes literarios, las vidas de los santos, los relatos del Evangelio y nuestra realidad cotidiana nos indican que lo más habitual es que, para obtener el arduo bien de cumplir con nuestra vocación a la santidad —así como con nuestras vocaciones particulares—, en algún momento se nos presentará el dolor. El dolor, sí, pero como camino de santidad.


Si de verdad amamos al otro, nuestra lo mejor que podemos hacer no es evitarle el dolor, ese dolor que puede terminar ayudándolo a forjar su personalidad y a alcanzar su plenitud. Por el contrario, conviene ayudar con pequeños alivios, y con una escucha prudente y activa, que le permita atravesar ese sufrimiento conscientemente, para llegar a la meta final. Se busca, en definitiva, al decir de Pieper, que el amado “sea completamente ‘justo’, no meramente happy, sino perfecto y bueno”.

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