Existen en una relación algunos temas típicos de discusión. Algunos son serios; otros, más simples. Se trata de discusiones que pueden desembocar en pequeñas o grandes crisis, o incluso llegar a separaciones. Entre esos temas pueden estar, por ejemplo, la familia de origen, la organización del dinero, los hijos… y uno de los temas que más discusiones genera en las parejas actuales es el reparto de las tareas en casa.
Y tú, ¿sabes cuál es la mejor manera de repartir las tareas domésticas? ¿Es también un tema de discusión para vosotros? A continuación, te presento algunos consejos útiles a la hora de repartirlas:
¿Cuáles son las tareas de la casa?
Es curioso lo que pasa cuando hablas con matrimonios y les preguntas si las tareas domésticas están balanceadas entre los dos. Lo que suele pasar cuando se hace este ejercicio es que cada uno considera como “tareas domésticas” las que hace él o ella misma, ya que las considera necesarias para la familia. Y muchas veces “olvida” las tareas que hace el otro: ¡no las considera tan necesarias! La consecuencia es que, habitualmente, cada uno tiene su propia versión de este balance, y sube su dedicación, mientras que baja la del otro. Nos resulta realmente complicado ser objetivos. Por eso conviene definirlo bien antes de seguir avanzando.
Quizás parece obvio, pero a veces no lo es tanto. Antes de entrar en valoraciones y discusiones, conviene definir bien cuáles son las tareas domésticas. Yo considero que las tareas de la casa son aquellas necesarias para sacar la casa y la familia adelante. Las tareas más obvias nos salen de forma natural: lavar, cocinar, limpiar, planchar… Pero, para que salga adelante la familia, también es necesario hacer la compra (la habitual y la de cosas especiales, como una nevera, un coche o algunas herramientas), llevar las cuentas, revisar precios y contratos, comparar, contratar y gestionar cambios de agua, gas, electricidad, telefonía… Y también hay que hacer arreglos en la casa: pequeñas y grandes reparaciones. Si hay coche, habrá que limpiarlo, mantenerlo al día, llevarlo al taller o a revisiones. Si hay niños, se deberá llevarlos al colegio o encargarse de estudios, repasos, actividades escolares y extraescolares, cumpleaños… Habrá que hacer planes con ellos, escucharlos, mimarlos, contarles un cuento, ver un partido juntos… Todo eso es necesario —¡¡¡entre muchas cosas más!!!— para sacar adelante la familia y la casa. ¡Ah! Y, por supuesto, también es necesario contar con que uno o los dos trabajen fuera de casa para traer ingresos… Eso también es una “tarea doméstica”, porque es necesario traer ingresos para luego poder utilizarlos.
¿La mitad cada uno?
Parece lógico que la mejor manera de repartir las tareas de la casa debería ser que cada uno haga la mitad, ¿no es cierto? Vamos a analizarlo en profundidad. Quizás podríamos hacer un listado exhaustivo de TODAS las tareas de la familia y de la casa —cosa que ya, de entrada, veo compleja—, y entonces ponernos a repartir.
Entonces, para ser objetivos, habría que medir cuánto tiempo o cuánto esfuerzo requiere cada tarea, y entonces distribuirlas, ¿verdad? Sin embargo, no todos tardamos lo mismo en planchar, o en fregar, o en llevar las cuentas de la casa… Porque a unos se nos dan mejor unas cosas que otras, de modo que ni el tiempo ni el esfuerzo constituyen una base objetiva para dividir. Quizás podemos hacer una aproximación, pero está claro que no será totalmente exacta y, si dividimos la mitad cada uno, seguro que habrá desigualdades e injusticias.
¿Somos todos iguales?
Otro punto que conviene tener en cuenta es que no todos somos iguales: unos necesitan dormir siete horas para estar descansados, y otros diez. Unos tienen más fondo físico, y otros menos. Unos tienen más capacidad psíquica, y otros son más débiles. Unos tienen trabajos más exigentes, y otros menos. Unos llevan mejor el estrés laboral o familiar, y otros no tanto...
En este sentido, ¿sería justo, por ejemplo, dividir las tareas para que haga la mitad cada uno, si el trabajo de uno es muy exigente física o mentalmente, y llega agotado a casa, y el otro no? ¿O incluso si los dos tienen un trabajo igual de exigente, pero uno se cansa objetivamente más que el otro? ¿Te parecería justo?
Y, además, ¡nuestra capacidad física o mental puede cambiar! Las personas no somos siempre iguales: podemos estar pasando por períodos anímicos o físicos que aumenten o disminuyan estas capacidades. Entonces, si queremos de verdad ser justos, deberíamos tener un sistema que pudiera adaptar las tareas a cada período, o a cada día, o a cada momento… ¿No empiezas a pensar que el ser humano es demasiado complejo como para dividir las tareas al 50 %?
¿Quién hace qué?
Otro aspecto relevante podría ser quién hace cada tarea: Lo lógico sería que cada uno haga lo que hace bien, porque optimiza el tiempo, ¿no? Sin embargo, podría darse el caso de que uno de los dos tenga grandes capacidades, y que haga mejor que el otro casi todo. O una parte importante. Por otra parte, ¿quién decide qué es mejor? Si uno dice que los cristales de las ventanas se limpian una vez al mes, y el otro opina que es cada quince días, ¿quién tiene razón? ¿Cuál es la medida de limpieza óptima? ¿Y la frecuencia? ¿Cuándo está una tarea bien hecha, o, por lo menos, hecha? ¿Y quién debe hacerla?
Está claro que todos estos puntos son subjetivos y que dificultarían todavía más la división de hacer la mitad cada uno: resulta complejo medir el tiempo y el esfuerzo, cuantificar las capacidades de cada uno, y, además, se mantiene indeterminado el baremo de qué es que algo esté hecho o bien hecho… Como ves, esto empieza a complicarse mucho, mucho, mucho…
Y entonces, ¿cómo hacemos?
Como hemos visto arriba, sería muy complejo —y probablemente muy injusto— buscar un reparto de las tareas domésticas al cincuenta por ciento cada uno. Dependería de lo que le gusta a cada uno, del tiempo y esfuerzo que requiere para cada uno, de cómo se encuentra actualmente, de si hay que adaptar ese plan inicial…
Para evitar injusticias, a mí me gusta poner como punto de partida el 100 %. Cuando uno vive solo, tiene que hacer todo: limpia, friega, lava, lleva las cuentas, lava el coche, contrata la luz y el gas… Todo. Y podríamos decir, para simplificar, que todo junto es hacer el 100 %. Si hemos elegido a alguien para compartir nuestra vida, ese cien podría seguir siendo cien, si el otro estuviera enfermo o estuviera fuera. Cien es cien. Pues, en primer lugar, me parece un punto de partida bonito pensar en positivo: si ahora comparto mi vida con alguien, entonces a lo mejor no me toca hacer cien, sino a lo mejor ochenta o setenta. O cincuenta. O veinte. Dependerá de muchas cosas. Es una forma de verlo con un enfoque positivo: a partir de ahora, todo será menos que cien. Y, si el otro no puede, pues cien, que es lo que me tocaría hacer si estuviera solo. Y ya está.
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Y un último consejo a la hora de repartir las tareas es partir del cariño y el amor como bases del reparto. ¿Quién soy yo para juzgar si el otro tiene más fuerzas que yo, si está más cansado o menos que yo, o si hace más o menos que yo? Las mejores discusiones en la casa deberían enfocarse más en un “déjame a mí que haga yo eso” que en un “te toca a ti hacerlo, que es tu tarea pactada”.
Si la base del reparto son el amor y la entrega, lo que querrás no será un balance perfecto, sino que el otro sea feliz. Y a lo mejor, que sea más feliz es que haya un reparto desigual a tu favor, o “en tu contra”.
En el fondo, da igual. No es más feliz quien menos hace, sino el que más quiere. La verdadera medida del amor es amar sin medida. Darse sin medida. El que ama de verdad no lleva las cuentas del bien que ha hecho al otro, ni las del mal. Solo ama y se da.
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