En la educación de la sexualidad entran en juego muchas variables. Esto ya que esta dimensión arraiga profundo en el ser humano, y mientras algo se arraiga más hondo, abarca más ámbitos a la hora de manifestarse. Ahora bien, de todas estas variables, es importante destacar dos orientaciones, que si bien no son las únicas, son indispensables para que una propuesta sea integral. Se trata de la orientación al amor y una orientación práctica.
Orientación al amor
Las fuerzas que entran en juego en el ámbito de la sexualidad son muy fuertes, y por eso es importante no reprimirlas, sino ordenarlas. En su afán por evitar la represión, muchas propuestas educativas plantean sin más la liberación de las mismas, orientándolas hacia su fin inmediato, que es el placer. Y en este marco, proponen, por ejemplo, el conocimiento del propio cuerpo en orden a descubrir qué es lo que a uno más le gusta. O el uso de métodos anticonceptivos en orden a disfrutar de una vida sexual minimizando el riesgo de contraer enfermedades o embarazos. Pero siempre con miras al placer.
Estas propuestas tienen un límite. En efecto, parten de la premisa correcta de que el placer siempre es algo bueno —aclaremos que lo que puede ser bueno o malo es el uso que libremente hago de él—. Sin embargo —y aquí está la limitación—, no se considera que el placer posee una orientación unívoca hacia el cuerpo, y no hacia la persona en su totalidad. Bajo este horizonte, las otras personas no se buscan en cuanto sujetos, sino en cuanto potenciales objetos de placer.
A diferencia del placer, que se centra únicamente en lo físico, el amor mira a la persona en su totalidad. Una educación orientada al amor no implica reprimir el placer o renunciar a él, sino integrarlo al amor, subordinándolo a él. Hablamos aquí de amor como entrega de uno mismo, como auténtica búsqueda del bien de la otra persona. En este marco, es el amor el que da la medida para acceder al placer, y para postergarlo cuando no se busca en él lo mejor para la otra persona. El placer mira a la posesión; el amor, a la entrega de uno mismo. El amor reconoce al otro en toda su verdad en cuanto sujeto —un alguien que es cuerpo, pero que además posee un maravilloso mundo interior—; el placer, en cambio, toma al otro sólo como objeto. Nótese cómo la pornografía o la violencia sexual son depravaciones que sólo es posible superar en el marco de una educación sexual que mire al amor.
Orientación práctica
Uno no se hace justo leyendo acerca de la justicia. Uno se hace justo actuando con justicia, y sosteniendo dicho acto en el tiempo hasta formar el hábito de la justicia. Lo mismo ocurre con la integración de todas las fuerzas del mundo de la sexualidad al amor. Para educarse en el amor es necesario actuar en orden al amor, de modo tal que los actos, sostenidos en el tiempo, se hagan hábito.
Esta orientación es fundamental en una propuesta que mire a educar la sexualidad. En efecto, para educar en el amor no basta con dar clases brillantes sobre el tema, o proponer la lectura de grandes autores. En cambio, se requiere poner en juego la libertad, para lo cual es importante trasladar el énfasis de la dimensión de la verdad —que uno puede resolver leyendo un libro— a la dimensión del bien y la belleza. Claro está, sin renunciar a la primera.
En efecto, en materia de sexualidad, muchas veces uno sabe qué debe y qué no debe hacer, y a pesar de saberlo, sigue haciendo lo contrario. Esto es porque saber ayuda, pero no resuelve el tema. De ahí que la propuesta no sólo debe ser verdadera, sino también atractiva, de modo tal que quien la reciba, al ver su belleza, diga: "esto es bueno, lo quiero para mí". Cuando algo se presenta como bueno y bello, uno elige poner los medios para alcanzarlo, aun cuando le sea difícil. Para esto es importante presentar la propuesta en clave positiva, ahondado en el sentido profundo del amor, y no tanto en las prohibiciones. De hecho, las prohibiciones encuentran su sentido a la luz del amor, por ser incompatibles con él. Y es importante también mostrar ejemplos concretos: gente cercana, de carne y hueso, que pueda dar testimonio de una vivencia profunda, responsable y alegre del amor. Esto ayuda a que la propuesta no sólo sea vista como buena y bella, sino también como posible de ser alcanzada.
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