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¿Instinto o impulso?



La intensidad de las fuerzas que entran en juego en el mundo de la sexualidad hace que muchas veces la satisfacción de los deseos que brotan de él se vea como una necesidad. Sin duda no se trata de una necesidad básica al nivel de la respiración o el alimento —cuya privación acarrea la muerte—. Sin embargo, no es posible negar el hecho de que este deseo puede llegar a ser muy fuerte. Y mientras un deseo es más intenso, uno puede sentirse más “obligado” a satisfacerlo. ¿Puede acaso el deseo anular la capacidad de elegir? ¿Cuál es el rol que juega la libertad frente al deseo sexual?


Instinto sexual


A nivel físico, son dos los deseos más intensos que puede experimentar el ser humano: el relativo a los alimentos y el deseo sexual. Vista desde lo físico, la intensidad de estos deseos se explica por el hecho de que ambos miran a la conservación. El primero, a la conservación de la propia vida. El segundo, a la conservación de la especie. Aun así, el deseo sexual supera al de los alimentos. A nivel físico, es el más intenso.


No sólo los seres humanos, sino también los animales experimentan el deseo sexual. Lo interesante es que en ellos se da a modo de un instinto. Un instinto es una fuente irresistible de comportamientos: cuando un animal experimenta este deseo, simplemente busca satisfacerlo. En un animal no existe la posibilidad de elegir. Por eso no se le puede reclamar a un perro dónde se aparea o con quién. En todo caso, el reproche irá al dueño, que sí es libre de ejercer un control más estricto sobre su animal.


Impulso sexual


El ser humano no posee un instinto sexual al modo de los animales. En él, el deseo nunca tiene la última palabra, sino que la tiene la libertad. Por más fuerte que sea el deseo, el ser humano siempre puede elegir. Puede elegir satisfacer o no el deseo; y, si decide satisfacerlo, puede elegir cómo hacerlo. Por eso, a diferencia de los animales, al ser humano sí se le puede reprochar el dónde, el con quién, y el modo. Y por eso en el ser humano no conviene hablar de un instinto, sino más bien de un impulso sexual. A diferencia del instinto, el impulso le deja la palabra final a la libertad.


El impulso sexual siempre es bueno. Y es bueno no sólo porque facilita la continuidad de la especie humana mediante la reproducción, sino, sobre todo, porque constituye un insumo para el amor. En efecto, el impulso sexual se ordena precisamente a que el amor de pareja pueda crecer y hacerse más fuerte. Hablamos aquí de amor entendido no como un sentimiento, sino como la decisión de buscar el bien de la otra persona. Y será precisamente la ordenación de este impulso al amor —lo que se opone al tratamiento del otro como un objeto— lo que permitirá valorar como bueno o malo el uso que libremente se haga de él.

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