¿A qué llamamos actitud? En términos sencillos, es la manera o el modo de conducta que asumimos frente a la vida. Si profundizamos en su significado, podemos entender que esta predisposición para comportarnos toma forma a partir de dos elementos de nuestro ser: la consciencia y la voluntad. Primero tomamos conocimiento de lo que enfrentamos y, dependiendo si nuestra consciencia está lúcida o nublada, luego optaremos por una determinada acción. Esta acción es, finalmente, la conducta que asumimos frente a lo que encaramos. Nosotros decidimos cada día si encarar la vida con esperanza o amargura. La actitud es algo personal, porque nada ni nadie la asume en lugar de uno mismo. Es el acto de nuestra libertad.
Actitud y amor
El rol que juegan nuestras actitudes frente al reto del amor cumple un papel sumamente importante, porque lo que tenemos en frente no es un fenómeno o una idea, sino a una persona. Vivir una relación es posible en la medida que considere el valor de la persona. Si no se reconoce lo valiosa que es la pareja, la relación se vuelve estática. En cambio, al tener presente el valor de nuestro novio o cónyuge, nuestra actitud estará orientada al amor.
Si somos conscientes del compromiso voluntariamente asumido y actuamos con pertenencia de esta relación, el amor de pareja prosperará. Ya San Juan Pablo II nos decía que la única actitud válida frente a otra persona es el amor.
Preguntas clave
Es aquí cuando debemos hacernos estas preguntas: ¿cómo está nuestra relación?, ¿con qué actitudes nos mostramos frente a nuestra pareja? Para esto tenemos que identificar el grado de equilibrio de autonomía y pertenencia que tenemos en la relación.
Una relación lo suficientemente autónoma no se encasilla en el yo-ismo, donde no hay integración en la vida de ambas personas, sino una imposición del uno sobre el otro, una monopolización de la relación. Asimismo, la pareja con una sana pertenencia no se encadena por la dependencia. Se debe reconocer la necesidad de amor y de corresponder al deseo de estar con el otro, pero no bajo un embargo de la libertad.
Las 4 expresiones
El equilibrio está en encontrar la felicidad de ver que el otro existe por él mismo y en relación conmigo. Las relaciones que se construyen bajo ese equilibrio ejercen una práctica de actitudes de desprendimiento y libertad, que pueden ser clasificadas en 4 expresiones:
1. Dar sin esperar algo a cambio
La pregunta no es solamente ¿qué damos?, sino ¿por qué damos? Amar implica dar sin estar a la espera de recibir. Se desmerece el acto de la donación por creer que nuestro servicio deba ser correspondido. Si esperamos, condicionamos nuestro amor y lo voluntario se vuelve obligatorio.
Dar implica desprenderse de algo, mientras más íntimo y doloroso sea, más abundante será nuestra donación. Cuando damos, no perdemos, sino que ganamos. Incluso nuestra donación es más valiosa cuando no la medimos o especulamos, o más aún cuando no la reciben con suficiente aprecio. Así que, si nos desprecian, hay que donarnos más.
2. Recibir sin merecer
El amor es gratuito, por tanto, creer que uno merece ser amado y exigirlo es convertir el amor a la obligación. Nadie nos debe hacer el favor de amarnos como si estuviera obligado a ello. Si bien es bueno sentirse amado, hay que contemplar que el otro nos ame en libertad. El compromiso no es una obligación, sino algo que uno asume voluntariamente.
Sucede a menudo que nos sentimos deudores y debemos devolver el favor. No es que esté mal devolver favores, pero el amor le da un significado propio al acto de servicio, por lo que no tiene que justificarse en un intercambio de favores. El amor orienta siempre a la reciprocidad.
3. Pedir sin exigir
Expresar auxilio es una manera de reconocer que necesitamos del otro. Pero muchas veces se nos hace una rutina que nos atiendan o nos complazcan. Ser agradecidos por los favores que nos hacen no significa que debamos exigirlos.
Las formas expresadas en gestos y palabras, muchas veces las insinuamos con indirectas o amenazas. Debemos practicar la humildad y estar ordenados hacia una realidad justa de las circunstancias. Debemos siempre pedir respeto hacia nuestra persona con ese mismo respeto que le damos al otro.
4. Rehusar sin rechazar
Saber decir no, también es importante. A veces nos invade el miedo a ser abandonados o a ya no sentirnos amados. Aquí entra en juego nuestra autoestima y la asertividad de decir las cosas de manera justa y equilibrada. Sin caer en improperios o sarcasmos, podemos hacer valer nuestra integridad sin tener que dejar de amar al otro. El amor empieza en uno mismo. Si no hay autenticidad y libertad, el amor no progresaría.
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Finalmente, invitamos a las parejas a plantearse estas acciones en modo de preguntas: ¿cómo doy?, ¿cómo recibo?, ¿cómo pido?, y ¿cómo rehúso? En la medida que puedan responderlas y darse cuenta de lo deben o no hacer, tendrán mejores técnicas para afrontar la relación con mayor dinamismo y una mirada más completa del amor incondicional, el cual siempre será una invitación.
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