Han pasado más de dos semanas desde que le pedí la mano a mi enamorada, y en ese momento no tenía idea de la dimensión desconocida a la que estaba a punto de entrar. La etapa del noviazgo —la que va de la pedida de mano al matrimonio— es genial, y nadie me había hablado de ella. Me di cuenta del importante rol que tiene, y que pasa muchas veces desapercibido, al estar entre la etapa del enamoramiento y el matrimonio.
Es como el hermano del centro, como el sándwich que todos ignoran porque se celebran más los primeros pasos del hijo menor y los logros del mayor. Si la fase del noviazgo tuviera una mejor amiga, sería mi hermana: la tercera de cuatro. Hablarían todos los días sobre su infancia invisible. Pero, así como ella tuvo un gran impacto en mi vida, el noviazgo también tiene mucho que aportar en las relaciones.
1. Te permite soñar sin miedo
En una relación de pareja, suele pasar que no se esté 100 % seguro de querer casarse. Discernir es parte del proceso de enamorarse. No está mal sudar frío ante bromas de matrimonio. Sobre todo cuando todavía hay mucho por afinar, tanto personalmente, como en la relación. Emocionarse por el futuro también es válido, pero hay que ser conscientes de la probabilidad de terminar, ante algún motivo importante.
En la etapa del noviazgo, la figura cambia. Aún hay inseguridades, temores, quizás tampoco se tenga la mejor situación económica que uno desea… Pero hay una voluntad, de ambos lados, de salir adelante. Se puede planificar y soñar el futuro, sin miedo a que uno se eche para atrás —y, si lo hace, ¡en buena hora!—.
Al inicio del compromiso, es la etapa de ilusionarse juntos, de hacer brainstorming de lo que se desea, de buscar “depas” por todos lados —sin saber aún si los puedes pagar—: pero, al terminar de buscarlos, por lo menos tuviste un full day de novios. Además, es bueno visualizar lo ideal, para empezar a ahorrar con motivaciones concretas. ¡Sueña y habla del futuro sin miedo! El noviazgo te permite un tiempo para hacerlo.
2. Te empuja a ser transparente, para mejorar
Muy guapos podemos ser por fuera, pero por dentro siempre hay cosas que no compartiríamos con facilidad. No gritaríamos por todos lados la situación de nuestros principales temores, de heridas que acumulamos, o del manejo de nuestras finanzas personales. En el noviazgo, todo se conversa con transparencia; no con ánimos de desanimar a la pareja, sino con la intención de poner las cartas sobre la mesa y saber cómo ordenarlas en conjunto. Ayuda mucho que en el enamoramiento se hayan conversado algunas cosas, pero quizás aún hay saldos por transparentar antes de casarse.
Hacerlo es liberador: te ayuda a reconocer defectos o problemillas que estabas pasando de largo. Pueden surgir ideas de soluciones, porque dos cabezas piensan mejor que una. O simplemente te sientes escuchado, pues no todo se soluciona tan rápido. Al ser transparente, te das cuenta de que tienes un soporte en el camino a tu mejoría como persona.
3. Es un diplomado express de trabajo en equipo
Cuando empiezas el noviazgo, es como si les entregaran los planos de un proyecto importante: el matrimonio. Antes de llegar a ese día, hay decisiones fundamentales que tomar en conjunto, mucho más que antes. Desde elegir el orden de prioridades hasta saber cómo se ejecutará cada una. Tomar un paso a la vez hace que el camino sea más fácil de recorrer. Y es mucho más claro cuando escuchas consejos de quienes ya han pasado por lo mismo.
Dada la magnitud del proyecto, el noviazgo se convierte en un diplomado express de trabajo en equipo. Con horas teóricas, prácticas y entregables con deadlines claros. Lo que importa son los resultados que logran los participantes. Sin embargo, el proceso de aprendizaje lo es aún más. En tiempos de pandemia, por ejemplo, todo lo planificado se puede derrumbar de un día para otro. Lo que siempre quedará y podrás volver a aplicar es el proceso de ponerte de acuerdo con tu pareja. El trato mutuo en el diplomado debe ser, como mínimo, parecido al de compañeros de tesis. Puede que haya discrepancias, pero siempre habrá respeto, y la intención de buscar el punto medio para avanzar lo más efectivamente posible. Es la oportunidad perfecta para ubicar defectos y diferencias de ambos y decidir cómo manejarlos.
4. Es más que un proceso
Hasta antes del noviazgo, siempre pensé que era el tiempo en el que postergas el matrimonio para ahorrar un poquito más o planificar el día de la boda. Sin embargo, no entendí el verdadero valor hasta que ingresé a esta dimensión desconocida. ¿Cómo es? Como si entraras a una habitación del tiempo, donde un minuto es una hora de aprendizaje sobre ti mismo y sobre tu relación. ¿Cómo se siente? Como Steve Jobs y Steve Wozniak emprendiendo en su garaje y soñando con la Macintosh. Es decir: es la sensación de estar soñando algo grande, pero completamente realizable. Entendí realmente cómo cada etapa de pareja tiene su encanto, y lo importante que es no quemarlas y diferenciarlas con las vivencias. El enamoramiento fue muy bonito, pero el noviazgo es otra cosa. Es la fase donde muero de ilusión por casarme.
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Quizás el vivir la castidad haya potenciado en mí esta sensación. Me motiva el imaginarme despertando por primera vez junto a mi novia, el saber cómo será nuestro hogar, los viajes que planificaremos juntos, y tantas cosas más que decidimos postergar para el matrimonio. Quizás el ver el camino de cinco años que recorrí junto a mi novia —con sus dificultades y sus cortes comerciales— sea la razón por la que nos emociona finalmente ver la luz después del túnel. Sin esperarlo, hoy el noviazgo cumple su importante labor en nosotros. Y recomendaría a todos que pongan los medios para darle un lugar a esta etapa. Que no sea el sándwich entre enamoramiento y el matrimonio. Que no sea un proceso más. Por el contrario, que sea una etapa de ilusión, transparencia y trabajo en equipo.
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