A todos nos gusta que nos den las gracias por las cosas que hacemos. Nos permite sentirnos apreciados y valorados. Sin embargo, si la gratitud se convierte en una expectativa, en algo que nos deben, puede volverse un problema. Cuando esperamos que nos agradezcan por todo, nos molesta que los demás no parezcan darse cuenta de lo que hacemos. Del mismo modo, nos enojamos cuando nos reclaman por no estar agradecidos por algo que creemos que nos merecemos. ¿De qué manera puede estar sucediendo esto? ¿Cómo podemos evitarlo? Veamos.
La resaca de gratitud
Cuando nuestras expectativas de gratitud son demasiado altas, pueden llevarnos a la decepción y al resentimiento. Como si nos quedara esa sensación de que —pensándolo bien— eso que hicimos no se agradeció como se debe; así que no vamos a volver a hacerlo.
Esto se origina en el hecho de que sentimos que nuestros esfuerzos se han dado por sentado o se han ignorado por completo. Existe la percepción de que se están aprovechando de nosotros, y nos invade la amargura hacia aquellos que no nos expresaron su gratitud de la manera que esperábamos que lo hicieran.
El falso sentido de derecho
Cuando buscamos que se nos agradezca por un favor que opinamos que realizamos por obligación, podemos estar teniendo un falso sentido de derecho. Esto puede generar frustración y resentimiento cuando no recibimos la gratitud que esperábamos. Consideramos que la gente no se da cuenta de que no lo hicimos por placer, sino porque es nuestro deber como buenas personas. La falta de reconocimiento de esto nos hace sentir ignorados y no apreciados en nuestros esfuerzos.
La necesidad de validación
A veces, esperamos gratitud porque necesitamos la validación de quienes nos rodean. Nuestras inseguridades nos pueden volver sedientos de reconocimiento, y este reconocimiento se refleja en las gracias que recibimos por lo que hemos hecho. Como vampiros de aceptación, vamos por la vida haciendo cosas por los demás, esperando así sentir que nos dan un valor y que somos capaces de ser amados. Confundimos quiénes somos con lo que hacemos.
La gratitud obligatoria
Ocurre cuando sentimos que nos expresan agradecimiento por deber u obligación, más que por aprecio o admiración genuinos. En estos casos, a menudo terminamos sintiéndonos despreciados, incluso después de que nos han expresado agradecimiento, porque pensamos que se vieron obligados a hacerlo. Como resultado, nos podemos volver menos inclinados a agradecer a los demás en el futuro, por temor a que nuestras palabras no sean tomadas en serio o a que los intentos de expresar aprecio caigan en oídos sordos.
La ilusión de vulnerabilidad
En un mundo competitivo, tendemos a ver nuestras relaciones como campos de batalla, y no como posibilidades de crecimiento. Entonces, sentimos que, si le damos muestras de gratitud a quien ha hecho algo por nosotros, estamos demostrando vulnerabilidad, y si nos ve débiles, nos va a atacar. Evitamos reconocer lo recibido por no permitirle al otro imaginar que somos inferiores. Actuamos con sospecha, porque nos consideramos enemigos.
Posibles soluciones
Replanteemos nuestras expectativas en torno a la gratitud. En lugar de verla como un derecho, podemos arraigarla en la humildad y la comprensión. Centrarnos en apreciar los esfuerzos realizados por quienes nos rodean, y no obsesionarnos con que los demás reconozcan los nuestros.
Al adoptar un enfoque más humilde para expresar nuestro agradecimiento, podemos evitar el resentimiento cuando nuestras propias contribuciones pasan desapercibidas. Asimismo, si el expresar gratitud se convierte en una fría deuda, en lugar de ser un sentimiento genuino.
Es importante recordar que nadie nos debe nada, ni siquiera un agradecimiento, y que, de hecho, esperarlo puede generar sentimientos negativos hacia aquellos que no cumplen con estas expectativas. Buscar el bien de los demás es una consecuencia lógica del amor que les tenemos, y no una obligación que después vamos a cobrar de alguna manera, aunque sea exigiendo un “gracias” para sentirnos validados.
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La gratitud es una emoción poderosa, que tiene la capacidad de acercarnos al otro y, al mismo tiempo, una sensación de bienestar que obtenemos al dar sin ataduras. En lugar de enojarnos con quien no nos muestra su agradecimiento, utilicémoslo como una oportunidad para practicar la compasión y la comprensión, habilidades esenciales para construir relaciones saludables. Aprendamos cada vez a ser más agradecidos y a no poner demasiadas expectativas en la gratitud de los demás. Así, el don tiene más valor, porque nace y se retribuye por amor.
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