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Foto del escritorCharlie & Sof

"No le pongas nombre"



Muchos creen que ponerle nombre a una relación es como limitarla, etiquetarla o incluso controlarla; en definitiva, que es presionar de más. Por eso, muchos huyen de ello. Sin embargo, estamos seguros de que es todo lo contrario, y en este artículo te compartimos tres razones por las cuales consideramos que nombrar “lo que tenemos” es la mejor opción.


1. Nombrarla te ayuda a conocer su naturaleza


Imagina que estás llegando a tu primer día en una gran empresa, una como Google. Estás sumamente entusiasmado, convencido de que tu labor ahí te traerá grandes oportunidades, y muy motivado por vivir esta experiencia única. Te presentas con quien te contrató, y simplemente te dice que comiences a trabajar. Sin tener claro por dónde empezar, decides enfocarte básicamente en “lo que surja” a lo largo del día. Así, pasan los días, y no sabes cuáles son tus funciones, horarios, objetivos ni metas. ¿Cuál crees que sería tu desempeño laboral? ¿Cómo se vería tu plan de crecimiento? ¿Qué crees que pasaría con tu motivación? Sin duda, esa experiencia no sería lo que esperabas…


Ahora, visualiza otro escenario: llegas ese primer día, sabiendo cuál es tu puesto, y teniendo claridad en tus funciones, objetivos y alcances. Cada nuevo día, te pondrás a trabajar, y esa alta motivación sacará lo mejor de ti, en un entorno en el cual aplicarás tus conocimientos, talentos y habilidades. ¿Cómo crees que te sentirías? ¿Cuál de las dos opciones crees que te facilitaría más a dar tu 100 % y vivir la experiencia al máximo?


Seguramente la segunda suena más atractiva, ¿verdad? ¡Lo mismo pasa en una relación! Ponerle nombre te permitirá conocer su naturaleza y, por lo tanto, lo que es propio de ella; y ello resulta indispensable para llevarla a su plenitud. Por ejemplo, reconocer que una relación es de amistad te permitirá saber qué corresponde a los amigos, para así poder aspirar a una gran amistad. Si es tu novio o novia, podrás conocer cuál es tu rol y cuál el de la otra persona. ¿No es cierto que hace la diferencia saber dónde estás, para saber a dónde puedes llegar? Créenos: saber si eres el director de una empresa, o si eres el encargado de publicidad, sí hace la diferencia.


2. El nombre da carácter


En el momento en que nacemos, se nos otorga un nombre. Este nos sirve para identificarnos y conocer nuestros comienzos —dónde, en qué contexto, nacimos—, así como para recibir derechos y, en cierto modo, responsabilidades. Lo mismo sucede en las relaciones.


En cuanto nombramos la relación, nos permitimos ver con claridad qué “derechos y responsabilidades” tenemos para con la otra persona, y viceversa. Sobre esta base podremos construir hacia delante. Sin nombre, no sabemos cuándo empieza nuestra relación, cuándo termina, qué podemos soñar, esperar y crear con ella.


3. Ayuda a vivir la relación con más libertad


Ponerle nombre a “lo que tenemos” puede dar miedo, ya que en ocasiones se percibe como si esto restara la libertad, pero es totalmente lo opuesto. Cuando ponemos un nombre, estamos eligiendo, estamos ejerciendo nuestra libertad. Le estamos comunicando al otro lo que significa para nosotros y qué lugar tiene en nuestra vida, ¡y esto los afirma profundamente a ambos! Es un modo de decirle al otro que es especial: nuestra relación no es igual a la que tenemos con un desconocido. Cuando cada uno se sienta así de valorado y tomado en cuenta, sacará lo mejor de sí, y eso hará florecer la relación.


La incertidumbre muchas veces limita nuestro movimiento, además de generar inseguridad. Imagina que estás caminando en una calle totalmente obscura: sin saber qué esperar y con una alta incertidumbre, darás cada paso con extrema precaución, temiendo encontrarte, en el mejor de los casos, con una pared, un hoyo o un charco. ¡No te sentirías libre de correr, ni de ser tú mismo! Cuando estamos en una relación definida, la confianza toma cada vez más el lugar de esa incertidumbre. Es entonces cuando podemos soñar y correr sin miedo.


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Después de compartirte estos puntos, te invitamos a preguntarte cómo te visualizas en un futuro y qué tipo de relación necesitas construir para hacerlo posible ¡No tengas miedo a tomar el riesgo de entregarte por completo! Recuerda que solo así lo ganarás todo. Esa decisión está en tus manos.

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