Hace algunos meses, Lenny y yo nos enteramos de que ella estaba embarazada. Pudimos presenciar a través de una ecografía el milagro de la vida que llevaba en su vientre. Y esto coincidió providencialmente con el hecho de que pudimos profundizar más —¡siempre se puede más!— en el misterio de la Sagrada Familia.
Son hechos externos que coincidieron en ese momento de nuestra vida, pero que nos dieron la oportunidad de reflexionar sobre el milagro de la vida y la paternidad. Estas son algunas de las reflexiones que hemos ido pensando en los últimos tiempos, con las cuales quisiera hacer un paralelismo —salvando las grandes distancias— entre un matrimonio y familia como la propia en particular, y la Sagrada Familia.
¿“COCREADORES”?
¿Por qué, siendo el hombre como es —con sus muchas imperfecciones y limitaciones—, se le confía la vida de un nuevo ser, indefenso y extremadamente dependiente, para que sea —no poca cosa— cocreador, es decir, para que Dios tenga “necesidad” del hombre para llevar a cabo esa labor? ¿Cómo puede esperarse que él participe de la creación de este nuevo ser con Dios mismo? ¡Como si uno llegase a dar la talla para tamaña tarea!
Y, por otra parte, ¿cómo, luego de la cocreación, confiarle al hombre el desarrollo, el cuidado, la educación y la guía de ese pequeño, para que llegue al Cielo? Que es, en definitiva, aquello para lo que finalmente fue creado.
Es decir: en mi propio camino del día a día hacia el Cielo, no soy yo ni el más constante, ni el más firme, ni el más ejemplar, ¿y se espera que sea capaz de guiar a alguien más? ¡Menuda responsabilidad, de la que se habrá de rendir cuentas!
En tal sentido, meditaba el hecho de que Dios, siendo Dios, haya decidido, por un lado, confiar en la naturaleza humana —que ciertamente, está lejos de ser la más perfecta— para encarnarse y ser uno más entre nosotros. Por otro, incluso quiso ser confiado para tal misión a una familia, para su cuidado y educación.
Si pienso que el hecho de ser bendecido con un hijo es más que desbordante en cuanto a lo que uno podría recibir como regalo y responsabilidad por lo indigno que uno es, ¡con cuánta mayor razón será el que ese Niño sea el Dios hecho carne!
“ME LO MEREZCO”
Si se le regalase la responsabilidad de una paternidad a un matrimonio a partir del merecimiento, ninguno de nosotros lo merecería. ¿Quién podría decir que merece ser padre? ¿Por qué? ¿Cuál es el o los requisitos para merecer aquello?
Como en todas las cosas de la vida, Dios escoge a los que Él quiere, y ya está. Es un regalo inmerecido, que conlleva mucha responsabilidad. Lo que nos toca a cada uno —otra vez, como en todas las cosas de la vida— es estar atento a las inspiraciones o gracias que nos pueda regalar, para así poder responder con prontitud y responsabilidad a lo que se nos va pidiendo. Entonces, deberemos ser generosos con ello: lo que trae como respuesta a nuestra respuesta es más provechoso para uno mismo que para Dios, que quiere lo mejor para uno, y nos va guiando hacia ello. Queda de nuestra parte el dejarse llevar, o bien, el rechazarlo y tomar un “mejor” plan.
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Considero que cambia la perspectiva a la hora de ver y hacer las cosas el tener claro nuestro lugar, nuestra tarea, nuestra misión, nuestra responsabilidad en relación con la crianza de los hijos. Sólo así se podrá ver más allá de lo inmanente, sensible o inmediato, dar un paso más hacia lo trascendente, y ver qué fue lo planeado por Dios desde la eternidad. Está en nuestras manos responder con la fidelidad que se nos exige.
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