El mundo de la sexualidad es fuente de sensaciones muy intensas. Y al igual que en todos los otros ámbitos de la vida del ser humano, no es posible proceder de cualquier manera: hay cosas que está bien hacer y cosas que no. Lo interesante es que, respecto de aquellas cosas que no están bien, se presenta una suerte de ambivalencia. En efecto, puedo no querer hacerlas porque sé que no son buenas; sin embargo, a pesar de esto, puedo sentirme inclinado a ellas porque se sienten bien. ¿Cómo se explica esta tensión?
El placer es bueno
En primer lugar, hay que aclarar que el placer siempre es bueno, pues es la consecuencia natural de la realización de un acto. Lo que puede ser bueno o malo es lo que hago para acceder a él. Al respecto, se debe tener en cuenta que el placer es un bien que, en sí mismo, mira sólo a la satisfacción del cuerpo, y no a la persona en su totalidad. Por eso, algo que es bueno para el cuerpo puede no ser bueno para el ser humano completo. Expliquemos esto con algunos ejemplos.
No es lo mismo comer una milanesa napolitana con papas fritas estando bien del estómago que estando mal. Tampoco es lo mismo comer un helado de chocolate estando bien de salud que con un pico de diabetes. Pero ya sea que esté bien de salud o no, comer la milanesa o el helado se siente bien siempre, pues se trata de algo bueno para el sentido del gusto. Pero si no estoy bien de salud, eso que es bueno para el sentido del gusto no lo será para el ser humano en su totalidad. Algo similar ocurre con el placer en materia de sexualidad.
El ser humano completo
El ser humano es cuerpo, por eso el placer es algo bueno para él. Pero el ser humano no es sólo su cuerpo, por eso puede haber situaciones en las que acceder al placer no le haga bien al ser humano completo. Esto, a pesar de sentirse bien por seguir siendo un bien para el cuerpo.
En efecto, el ser humano no es sólo su cuerpo, sino una unidad de cuerpo y alma. Por eso, además de tener brazos, piernas, ojos, o cabello, tiene también sueños, proyectos, miedos, deseos, y más. Lo interesante es que esta dimensión espiritual tiene una primacía respecto de lo corpóreo, pues permite darle a las expresiones del cuerpo —y del ser humano en su totalidad— un sentido más hondo. En efecto, un padre puede experimentar una gran plenitud y sentirse lleno sacrificando su comida por darle de comer a su hijo, por más que su estómago se quede vacío. En cambio, un padre que sacia su apetito quitándole la comida a su hijo hambriento está muy lejos de experimentar esa plenitud, por más que su estómago esté lleno.
En el marco del amor
En el mundo de la sexualidad, aquello que hace que el placer supere su referencia inmediata al cuerpo y alcance al ser humano completo es su ordenación al amor. En efecto, mientras que el placer mira sólo al cuerpo, el amor mira al ser humano en su totalidad. Hablo aquí de amor como búsqueda del bien del otro, que en un ámbito de pareja va adquiriendo progresivamente la forma de una donación de la propia persona. El placer, buscado fuera del amor, satura el cuerpo, pero no llena.
Cuando se habla del placer en el marco de la sexualidad, se suele pensar en las relaciones sexuales. Pero, en realidad, lo dicho se aplica a todo acto que pueda ser fuente de placer, y requiera ser ordenado al amor en orden a ser fuente de plenitud, y no de corrupción interior para el ser humano. Me refiero a formas de tocar, de abrazar, de bailar, de mirar, de besar; en suma, de expresar lo que uno siente por el otro, respetando en todo su valor.
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