Durante este último año, con mi familia pasamos por algunos períodos en los que nos tocó, por un motivo u otro, vivir fuera de nuestra casa. Pasamos por casas de generosos familiares, amigos, y hasta por un par de camas de hospital, que gracias a Dios —esperamos— ya han quedado atrás. Lo cierto es que hay muchísimas anécdotas cómicas, tips prácticos y momentos de catarsis que seguramente podría compartir con quien haya vivido experiencias semejantes, pues no es fácil tener a tres pequeños a cargo sin un lugar fijo de residencia. Pero prefiero dejar eso para quien quiera tomarse un cafecito conmigo. En el artículo de hoy, quiero compartirles un poema que publiqué en mi libro Con luz no despertada, y que de trasfondo habla un poco acerca de qué significa un verdadero hogar.
El poema: “Moradas”, de Marina di Marco
A mi esposo, Pablo Grossi
Tú te afanas y te agitas por muchas cosas. Una sola es necesaria. Lc 10, 42
Una cosa pedí a Dios
y sólo esto es lo que quiero:
en la Casa del Señor,
vivir por muy largo tiempo.
Mientras tanto, Él nos convida,
de entre todas las moradas,
una casa con colores,
libros y muchas ventanas.
Aunque el agua la salpique,
o a veces vibre en el viento,
la rosaleda que es nuestra
tiene en roca sus cimientos.
Una cosa es necesaria,
y sólo uno es el Bueno.
Uno somos: acá, en casa,
haremos nidos de cielo.
Otros textos que aparecen en el poema
Este poema, que presento con un epígrafe bíblico, de la célebre escena de Marta y María —hemos hablado de ella en mi artículo “Mujer: elijamos lo que perdura”—, se inicia con una estrofa que reproduce el versículo 4 del Salmo 27. En la tercera estrofa, quise recordar unos versos del fabuloso poeta T. S. Eliot, que son los que mi marido, Pablo, y yo habíamos seleccionado para el souvenir de nuestro casamiento: “Ningún maligno viento invernal congelará / ningún torvo sol tropical marchitará / las rosas de la rosaleda que es nuestra y sólo nuestra” (“Una dedicatoria a mi mujer”, 1957; hablé de este poema en mi primer artículo para AmaFuerte.com). Por último, el final de mi poema aúna dos frases pronunciadas por Cristo: “Una sola cosa es necesaria” (Lc 10, 42) y “Uno solo es el Bueno” (Mt 19, 17).
Desde afuera hacia adentro: un camino poético
Basándome en estas inspiraciones, en “Moradas” quise reconstruir la esencia de esa visión del hogar que debe haber en un matrimonio; quise distinguir lo más profundo e indispensable que hay en ese espacio-tiempo que habitamos hombre y mujer, en el marco del amor. Para ello, parto en la primera estrofa de ese anhelo de regresar a la Casa del Padre, expresado en las palabras del salmo.
Lo siguiente es más personal, pero ustedes pueden imaginarse cada uno el lugar que mejor cuadre con su realidad: en la segunda estrofa, describo en brevísimas palabras las cosas que más nos gustan de nuestra casa. A pesar de tratarse de realidades materiales, creo que no son para nada desdeñables, pues —si bien no las podremos llevar a la siguiente vida—, pueden acercarnos, en este peregrinar por el mundo, algo de belleza. Y eso las trasforma en caminos para llegar a Dios.
La tercera estrofa muestra la realidad interior de esa realidad exterior: se trata de la fortaleza que debe tener un matrimonio para, habitando en ese hogar, permanecer con el corazón fundado en la Roca que es Cristo. Según Josef Pieper —autor que recomiendo vivamente—, “la fortaleza es necesaria porque en el mundo […] el mal tiene poder”. Así, el matrimonio fuerte declama ante el mal del mundo: “¡No tienes poder aquí!”.
Finalmente, la asociación de la última estrofa la hice hace mucho tiempo, cuando aún estaba en la secundaria, y leyendo los Evangelios noté esa importancia de la unicidad con la que Cristo se refiere a Dios y a la santidad. Entonces, al escribir este poema, quise sumar a ello la visión de marido y mujer como una unidad; ese algo misterioso del matrimonio que nos lleva a querer caminar juntos hasta el Cielo.
* * *
Mientras que en la primera estrofa me refiero a la eternidad, quise oponer “por muy largo tiempo”, de manera inmediata, a “mientras tanto”. Porque nuestra vida está signada por la esperanza de quien se reconoce, como dice Josef Pieper, como un “ser en camino”, como un “ser que todavía no es”; entonces, ese “mientras tanto” define y caracteriza toda nuestra existencia. Eso es lo que nos queda, aquí es donde debemos trabajar, siempre juntos. Claro: cuando los esposos construyen su relación sobre el cimiento de la fe, ese hogar se transforma con naturalidad en una extensión del amor que ellos se tienen. Así intentamos, humildemente y con muchos tropiezos, que sea nuestra casa con Pablo. Entonces, el final de mi poema “Moradas” es sencillo, pero elocuente: el hogar debe ser, pase lo que pase, un “nido de Cielo”; un anticipo, pasajero pero bello, de la vida eterna.
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