Cuando vi que me tocaba publicar mi siguiente artículo en Ama Fuerte y era septiembre —¡el mes de la primavera!—, enseguida me di cuenta de algo: tenía que hablar de esta increíble estación. Aun siendo alérgica, amo la primavera. Y claro: ya sea en pintura, en música, en literatura, en cine…, todos conocemos alguna obra de arte relacionada con ella. Entonces, me puse a buscar poemas, pero ninguno terminaba por satisfacerme —¡cualquier recomendación que quieran dejarme en comentarios es bienvenida!—. Y ahí me di cuenta de que había un verso del poema “Ven conmigo”, de Luis Rosales que me venía resonando en la cabeza hace días: ese verso que dice “Vamos a hacer la primavera”. ¿No les parece un hermoso lema?
¿Qué significa la primavera?
Empecemos por el principio. Además de su consabida influencia en el comportamiento hormonal de los animales en general, la primavera involucra una gran cantidad de símbolos significativos desde una visión profunda de la antropología y del amor. Según comenta Eduardo Cirlot en su Diccionario de símbolos, el reverdecer de las plantas en primavera constituye un símbolo de vida. En un esquema temporal organizado en ciclos, al igual que el amanecer respecto de la noche, representa la resurrección. ¡Cómo olvidar, por ejemplo, esa hermosa escena de El león, la bruja y el ropero, de C. S. Lewis, en la que los niños descubren que la nieve del invierno eterno de Narnia ha empezado a derretirse! Eso era un símbolo de que Aslan se acercaba: es decir, de que el bien empezaba a vencer al mal.
Como vemos, la primavera alude a la vida en sí, a la vida después de la muerte, al triunfo del bien sobre el mal… Vale decir que, culturalmente, hay una tendencia a pensar en la primavera como en una posibilidad de renacer, de recuperar el orden cósmico —que, en la comprensión cristiana de la Historia, sería la Redención— después del caos.
El poema: “Ven conmigo”, de Luis Rosales (español, 1910-1992)
Se te ha olvidado andar y hay que aprenderlo
de nuevo.
Ven. Comienza,
ve juntando ese sol,
¡alguna tarde
tenemos que nacer!
Amarillean
las nubes en el cielo y no me escuchas;
vas a mi lado y tiemblas;
el pie va tras el pie como la ola
va detrás de la ola.
Estás inquieta.
Se te ha olvidado andar, se te ha caído
la voz y no la encuentras,
la buscaré contigo y las palabras
vendrán.
Vamos a hacer la primavera,
vamos a hacer el mar poquito a poco,
la luz, la paz, la guerra,
como si no se hubiesen desprendido
ya una vez de tu voz y en ti nacieran.
¡Vamos a hacerlo todo
de nuevo!, hasta que puedas
reunir tu corazón como se hace
la firmeza del mundo con arena!
La primera vez que leí este poema, me encantó: sentí que me ayudaba a levantarme, que no había herida que estas palabras no pudieran sanar. Lo retuve en mi corazón mucho tiempo, hasta que un día lo necesité. Un amigo había sufrido un accidente muy grave; cuando, de milagro, se salvó, le quise enviar este poema. Y, mientras lo buscaba para mandárselo, descubrí algo que antes no sabía: ¡Luis Rosales escribió “Ven conmigo” luego de que su esposa pasara por una seria enfermedad!
Si bien esto no está explícito en el poema, es hermoso pensar que efectivamente puede tratarse de la voz de alguien que le habla a su amor. Al leer sobre Luis Rosales y su esposa, comprendí que este sentimiento era lo que en verdad quiere dejar el poema: esa fuerza para salir adelante.
Siempre de a dos, siempre juntos
Mirando un poco el poema, se me ocurre que se lo podría estructurar de la siguiente manera: hay una primera parte que termina en “Se te ha olvidado andar, se te ha caído / la voz y no la encuentras”, y una segunda parte, desde allí hasta el final. Mientras que la primera describe el dolor pasado y la situación presente, que podríamos denominar con el término “convalecencia” —pero que vale para cualquier crisis, ya sea física, emocional o psíquica—, la segunda mira hacia el futuro.
Entonces, ¿de dónde sacamos las fuerzas para lograr todo lo que menciona la segunda parte del poema, teniendo en cuenta lo mal que estamos, según se describe en la primera? El poema no habla de la transición…, ¿o sí?
Fíjense qué curioso: miremos el verbo “ir”, ¡aparece muchísimo! En poesía —así como siempre que queremos decir algo importante—, nada es al azar. En la primera parte, encontramos “ven” (imperativo, es decir, en segunda persona, singular), “vas” (indicativo, también en segunda persona, singular), y “va”, también en singular.
Sin embargo, la segunda parte empieza con esta frase que tanto hemos destacado: “Vamos a hacer la primavera”. Este mismo verbo, “vamos”, se repite más veces, pero ahora en primera persona plural. ¡En plural! Porque, claro: solos, no podemos nada. Pero juntos podemos todo. ¿No es una idea muy bella? Sólo uniéndonos al amado, siguiendo su voz que nos convoca a mejorar, podemos superar la crisis.
Todas las cosas
Para retomar la relación con la primavera, miren qué notorio lo que hace el poema: utiliza el verbo “hacer”, un verbo común y silvestre, pero lo llena de significado. No usa la recurrida expresión “hacer el amor”, sino muchos y diferentes sustantivos: “la primavera”, “el mar”, “la luz”, “la paz”, “la guerra”.
“Vamos a hacer la primavera” implica, entonces, reconstituirse, haciendo propio todo: la paz, sí, pero también la guerra. Así como Cristo, para darnos la salvación, asumió en sí nuestros pecados; así como, para resucitar, antes tuvo que morir. Por ello dice San Pablo que, en la plenitud de los tiempos, se van a “reunir todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, bajo un solo jefe, que es Cristo” (Ef 1, 10).
Esta misma oposición productiva entre “paz” y “guerra” es la que plantea la invitación de los últimos versos de Rosales: convoca a “reunir tu corazón como se hace / la firmeza del mundo con arena”. No podemos repararnos y ser firmes, si primero no nos reconocemos hechos de arena. No podemos vivir nuestra primavera, si antes no asumimos nuestro invierno. Esto quiere decir que, para superar una crisis, no sólo necesitamos escucharnos el uno al otro y estar juntos: también necesitamos asumir esa crisis, abrazarla. Y así podremos hacerla florecer en una vida nueva.
* * *
Cuando tengamos una crisis, recurramos al otro: sea nuestro amado, nuestro amigo o nuestro familiar, todos podemos encontrar una voz por medio de la cual Dios nos habla, como habla a través del Yo del poema de Luis Rosales. O como habla el esposo del Cantar de los Cantares —que, no tengo dudas, Rosales debe haber tenido presente al escribir este poema—: “¡Levántate, amada mía, y ven, hermosa mía! Porque ya pasó el invierno, cesaron y se fueron las lluvias. Aparecieron las flores sobre la tierra, llegó el tiempo de las canciones, y se oye en nuestra tierra el arrullo de la tórtola. La higuera dio sus primeros frutos y las viñas en flor exhalan su perfume. ¡Levántate, amada mía, y ven, hermosa mía!” (Cant. 10-13).
Para conocerme un poco más, podés buscarme en Instagram: @marudimarco_de_grossi
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