¿Uno elige a quién amar? Sí y no. Mejor dicho, uno no elije de quién se enamora, pero uno sí puede elegir a quién amar. ¿Cómo es esto? Amar es buscar el bien de la otra persona. Visto así, es una decisión, pues yo elijo hacerle un bien a alguien. Con acciones concretas puedo buscar el bien de un familiar, de un amigo, de un desconocido o incluso de un enemigo; siempre y cuando en eso que haga busque su bien. Ahora bien, en el amor de pareja la cosa cambia.
Pareciera que el amor de pareja no empieza con una decisión: nadie elije de quién se enamora. Puede que se trate de alguien que ya conocía y con quien empiezo a pasar más tiempo, o puede que se trate de alguien que veo por primera vez. El punto es que el empezar a sentir algo por alguien es algo que no controlo, es algo que me pasa. Yo no elijo sentir eso que siento, ni tampoco elijo dejar sentirlo. Entonces, ¿eso que siento, es amor?
El enamoramiento es un camino hacia el amor, pero todavía no es amor. Todo eso que siento cuando estoy enamorado es el combustible, un insumo para el amor. Es decir, eso que siento irá haciendo que poco a poco nazca el deseo de querer el bien para la otra persona, de buscar lo mejor para ella; en suma, ayudará a que nazca el amor. Y de hecho ayuda, pues eso que siento por alguien hará que sea más fácil elegir el bien, lo mejor para esa persona.
Fuego en el campamento
Cuando se trata de relaciones de pareja, el amor y los sentimientos muchas veces van juntos —especialmente en los inicios—, pero es importante aprender a distinguirlos. Tal vez con un ejemplo se pueda ver más clara la distinción. Si quiero prender un fuego en un campamento, el combustible serían los sentimientos, y la madera sería la voluntad de donde brota la decisión libre. El combustible ayuda a encender el fuego, pero la fogata no está hecha hasta que no se enciende la madera. Puede que el combustible arda con mucha fuerza y muy rápido, pero si la madera no se prende, desaparece igual de rápido. Puede también que el fuego no sea muy llamativo, pero si la madera está encendida, va a ser más difícil apagarlo.
¿Por qué es importante esta distinción? Porque los sentimientos son inestables, y además escapan a mi control. Si pretendo basar mi relación en eso que siento, mi relación será inestable, y estará fuera de mi control. Quienes han estado en una relación larga saben que los sentimientos fluctúan: en un momento puedo sentir cosas fuertes, y en otro eso que siento puede disminuir, o incluso desaparecer transitoriamente. Pero que sienta más o menos cosas no necesariamente hace que haya más o menos amor. Lo importante es ver cuán comprometido estoy con la búsqueda del bien de la otra persona, cuánto de mí —de mi propia vida— he puesto en juego por ella. Eso es lo que da la medida del amor. Evidentemente, una relación en la que nunca se siente nada no es humana. Por eso necesitamos los sentimientos para avivar de cuando en cuando el amor. Pero no son ellos ni la medida del amor ni aquello en lo que baso una relación.
Si el amor fuera eso que siento no podría prometerle amor a nadie, pues no puedo asegurar algo que no puedo controlar. Yo no puedo prometerle a alguien que voy a sentir cosas fuertes por ella durante toda la vida. Pero sí puedo prometerle que voy a buscar en todo su bien, y hacer todo lo que esté en mis manos para hacerla feliz. Puedo prometerle que voy a elegirla a ella como el único sujeto de mi amor, y comprometerme a renovar esa elección todos los días. Esto es lo propio del amor.
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