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También en las malas



Ya sea que uno esté en una relación o no, nadie busca empezar una para pasarla mal. Por eso, los momentos en los que uno de la pareja atraviesa por alguna dificultad ponen a prueba el compromiso del otro. Hay quienes, para evitar los momentos amargos, prefieren mantener la cosa a un nivel superficial, sin compromiso. Y así, cuando se ve venir la tormenta, se bajan del barco. Lo paradójico es que, en esos casos, por querer ganar, uno puede terminar perdiendo.


También en la tormenta


Toda persona es un mundo. Y en el mundo no siempre es de día; o no siempre es primavera o verano. Uno puede encarar una relación con la expectativa de buscar sólo los climas cálidos o templados; y mientras uno permanece en ellos, todo va bien. El mar es lindo cuando el sol brilla con fuerza y todo está en paz. Pero conocer el mar en medio de una tormenta —experimentar la fuerza de sus olas, o la intensidad de sus corrientes— también es conocer el mar. De hecho, si uno se queda sólo con el mar cuando está tranquilo, no conoce el mar completamente.


Uno puede buscar siempre las playas con buen sol, e ignorar las tormentas que puedan andar cerca. Esto, claro está, mientras a uno no lo alcancen. Pero en algún momento llega alguna que no se puede esquivar; y es aquí donde se caen los velos y se ponen de manifiesto las verdaderas intenciones. Se pone de manifiesto si uno estaba con el otro sólo para disfrutar del sol y el agua fresca —buscando sólo su propio beneficio—; o si es que uno está dispuesto a correr el riesgo y quedarse en medio de la tormenta, y ser un sostén para que al otro no se lo lleve el viento. Y quedarse de pie en la tormenta implica estar dispuesto a mojarse la ropa y los zapatos.


Dar y recibir


Hay más alegría en dar que en recibir. Incluso alguien que vive encerrado en sí mismo y encara la vida tratando de llevarse siempre la tajada más grande, si quiere, puede experimentar esto. Así como es peor cometer un mal que padecerlo —pues lo primero manifiesta una mayor corrupción interior—; así también, uno experimenta mayor plenitud cuando entrega que cuando simplemente recibe. Y mientras más pone uno de sí mismo en esa entrega, la plenitud es mayor. Esto es válido para todo lo que uno hace, y también para una relación.


Amar no es otra cosa que buscar el bien de la otra persona. Y en una relación, la búsqueda del bien del otro muchas veces lo pone a uno en una situación en la que tiene que dar algo de sí. Porque es fácil ir con el otro a ver una película que uno también quiere ver, pero no lo es tanto prestar atención cuando el otro necesita que lo escuchen y uno prefiere irse a dormir. Es en este contexto que el amor adquiere la forma de una donación: amar es entregarse, ponerse en juego uno mismo buscando el bien del otro.


Uno puede proponerse entrar en una relación buscando sólo los climas cálidos y los días soleados para pasarla mejor. Pero una relación en la que uno se plantea únicamente servirse del otro y no hay entrega, en el fondo, no llena, no da plenitud. Por querer ganar sin ponerse uno mismo en juego, al final, uno termina perdiendo. En efecto, asumir un compromiso real y profundo con la otra persona —en las buenas y en las malas— implica un riesgo. Pero a veces, abrazando al otro bajo la lluvia —con la ropa y los zapatos mojados— y resistiendo juntos al viento uno descubre lo valioso que puede ser uno para esa persona, y también el valor que esa persona tiene para uno. En cambio, tomando sol en la arena, incluso con la otra persona al lado, uno puede estar solo.


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