Nuestro ser de hombre y mujer está llamado por naturaleza a la unión y a la entrega total. El llamado original que tenemos a entregarnos como don y a unirnos en íntima comunión está inscrito en nuestro cuerpo y en nuestro corazón. Para aquellos que se inclinan por la vocación matrimonial, este fuerte deseo de comunión es un signo hermoso de su vocación. Sin embargo, implica un riesgo.
El radar
Es que a veces es inevitable vivir 24/7 con el radar del “futuro esposo/esposa” encendido, buscando en cada persona que entra a nuestra vida el ideal de pareja que soñamos. Cualquier candidato es una nueva posibilidad de encontrar ese amor que anhelamos. Esta búsqueda constante o este “radar” no es malo en sí mismo. Todo lo contrario: resulta un signo sensible y concreto de que estamos llamados a amar y a donarnos por entero a otra persona. Es un indicio de que somos capaces de amar, y la felicidad del amor es algo que todos buscamos.
El radar nos capacita para abrirnos a la experiencia de conocer nuevas personas y entablar relaciones íntimas gratificantes. Pero también nos puede meter en problemas cuando nos dejamos dominar por él. Esto no significa que debemos rechazar este “radar” de nuestro corazón y negarnos, por miedo, a la oportunidad de conocer personas que nos atraen, porque la realidad es que el radar está incorporado en nuestra naturaleza y es un regalo inmenso que nos impulsa a descubrir este llamado al Amor.
La línea de fuego
Al hablar de “enamorarnos” muy rápido, más que hacer referencia al amor, hacemos referencia al enamoramiento. Ilusionarse rápidamente con una persona, incluso con muchas, constantemente tiene riesgos concretos para nuestra vida emocional y nuestras futuras relaciones.
Lo que ocurre es que podemos acoger la noción de que estamos incompletos y en constante búsqueda de la parte o persona que nos falta. Podemos estar escondiendo un peligroso deseo de encontrar a una persona que venga a saciar todos nuestros anhelos y a cumplir todas nuestras necesidades. Podemos tener una imagen idealizada del amor y de las relaciones que proyectamos constantemente sobre las personas que conocemos, esperando que alguien asuma el reto de actuar en ese papel. Pero el amor verdadero no es un rol que se actúa, ni una persona que se encuentra: es un camino que se construye.
Es cierto que tenemos una responsabilidad emocional y afectiva con cada persona en nuestra vida. Sin embargo, la primera responsabilidad es con nosotros mismos. Cuando nos permitimos desarrollar tan rápidamente sentimientos por una persona, nos exponemos a tener vínculos afectivos muy fuertes con alguien a quien realmente no conocemos, y esto aumenta el riesgo de sentirnos defraudados, decepcionados y lastimados… una y otra vez. Así, ponemos nuestro corazón en la línea de fuego, y al exponerlo sin la protección de la prudencia, salimos lastimados. Luego, nos preguntamos con dolor: ¿por qué siempre me lastiman, aún cuando doy lo mejor de mí?
El problema no es dar lo mejor de nosotros mismos, sino dar todo de nosotros mismos muy rápido, sin saber si la otra persona tiene las capacidades y la disposición de acoger y cuidar la totalidad de nuestros sentimientos.
La verdad en guerra
La verdad que estos comportamientos ocultan es que el amor es mucho más que un sentimiento. El amor real, que nos llena y nos plenifica, es el amor que se hace don total, aquel con capacidad de sacrifico y de renuncia por el bien del otro. Este tipo de amor no surge de la atracción ni del simple deseo de ser amados: es un amor que se construye y se ejercita en el cotidiano de nuestra vida.
Es por eso que no podemos esperar a conocer la pareja perfecta para empezar a amar y ser amados: el momento actual es nuestro para amar y para experimentar el amor de los que nos rodean. Es importante apropiarnos de esta verdad y desmentir en nuestro corazón la idea de que solo experimentaremos el amor cuando tengamos una pareja soñada. Somos amados hoy, y estamos llamados al amor hoy, en nuestras circunstancias concretas y con los que nos rodean. Esto nos capacitará para ser prudentes a la hora de entregar el corazón, y al momento de exigirle a otros que sacien y cumplan nuestros ideales irrealizables.
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Ante todo, prudencia. ¿Por qué? Porque la prudencia es una virtud que nos permite cuidar el corazón y aprender a relacionarnos de manera sana con las personas que conocemos, sin el afán de entregarnos totalmente por el miedo a la soledad o el anhelo de ser amados.
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