Toda tentación implica un riesgo, pues existe la posibilidad de darle la espalda a algo —o a alguien— que uno ama. Y por más que uno trate de evitarlas, muchas de ellas finalmente terminan llegando. Lo interesante es que las tentaciones no son en sí mismas malas. De hecho, pueden ser una ocasión para reafirmarse en el amor.
La tentación no es mala
Toda tentación implica la posibilidad de apartarse de lo que uno ama. Pero esto no necesariamente las hace malas. En efecto, la posibilidad de realizar una acción no es lo mismo que efectivamente realizarla. En todo caso, lo que es reprochable es la acción llevada a cabo, mas no la posibilidad.
Tener esto en cuenta es importante, pues la tentación no implica sólo la posibilidad de alejarse de lo que uno ama. Esa es sólo una parte de la tentación. En efecto, toda tentación implica también la posibilidad del sí: la posibilidad de reafirmarse en el amor, de volver a decirle que sí a aquello —o a aquella persona— que uno ama. Por eso la tentación, en sí misma, no es mala.
Ahora bien, el hecho de que las tentaciones no sean malas no es justificación suficiente para andarlas buscando. En efecto, no es propio del que ama poner en riesgo su amor, y toda tentación implica un riesgo. Por eso, en la medida de lo posible, lo mejor es evitarlas. Aun así, las tentaciones llegan; y cuando lo hacen, uno tiene que elegir.
Elegir lo mejor
Toda tentación lo pone a uno frente a una doble elección. En efecto, en toda tentación hay algo que genera una fuerte atracción inmediata —si no, no sería una tentación—. Y es precisamente esa atracción lo que opaca momentáneamente el valor de algo más importante, a lo cual se termina dando la espalda. La tentación es experta en marketing: exalta lo que en lo inmediato resulta más agradable, y —por un momento de satisfacción— incita a dejar de lado algo que a fin de cuentas termina siendo más valioso.
Por ejemplo, para alguien que está casado o de novio, la posibilidad de una aventura con otra persona —alguien más joven, con mejor cuerpo, o simplemente alguien diferente— se puede presentar como una fuente inmediata de sensaciones fuertes. Y estas pueden hacer que uno pierda de vista todo lo que había venido construyendo en su relación, que se puede destruir si accede a lo que le ofrece la tentación. Así también, estando de novios, la posibilidad de avanzar juntos sobre lo físico puede resultar una experiencia momentáneamente agradable para ambos, pero puede llevarlos a un lugar al que en frío saben que no quieren ir. De modo similar, la pornografía se presenta como una fuente fácil de placer. Esto hace que uno pierda de vista el daño que uno mismo se causa cuando accede a ella, al acostumbrarse a ver a los otros como meros objetos, y no como sujetos de amor.
La tentación es como la gravedad y los planetas: mientras más cerca, más atracción genera. Por eso lo mejor es evitar las situaciones que puedan ocasionarla. Aun así, uno puede verse en medio de ella. En ese momento, es importante tener en cuenta qué es lo que uno realmente quiere, y cómo se puede destruir si se accede a la tentación. Uno puede simplemente rechazar la tentación mediante un “no”. Pero puede hacer también que ese “no” sea la consecuencia de una afirmación más grande, haciendo de la tentación la ocasión de decirle nuevamente que “sí” a aquello —o a aquella persona— que uno ama. En definitiva, se trata de una ocasión para volver a elegir el amor y reafirmarse en él.
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