Para muchos, trabajar el propio cuerpo es algo muy importante, y está bien que sea así. En efecto, uno no tiene cuerpo, sino que es cuerpo, por lo que trabajar sobre el cuerpo implica trabajar sobre una dimensión importante de la persona. Lo interesante es que uno no es sólo su cuerpo, por lo que un énfasis desproporcionado sobre él puede hacer que se descuiden otras dimensiones, acaso más importantes.
Cuerpo y alma
El ser humano es cuerpo, y por eso, cuando se esfuerza por tener un cuerpo saludable o en forma, trabaja sobre una dimensión que le es esencial. El cuerpo no es un adorno, ni algo meramente accesorio, y por eso es bueno dedicarse a él. Pero el ser humano no es sólo su cuerpo, sino que es una unidad de cuerpo y alma, y por eso, además de lo físico, es portador de una insondable riqueza interior.
Cada persona es un mundo, y es precisamente su interioridad lo que hace que el ser humano pueda trascender los límites a los que estaría confinado si fuera sólo un cuerpo. Por eso puede imaginar —y así conocer— lugares donde nunca ha estado. Por eso una palabra puede herir más que un puño o una patada. Por eso uno puede estar encerrado, y aún así, seguir siendo libre.
Mejor persona
Tener un mejor cuerpo no me hace ser mejor persona. De hecho, uno puede tener un físico envidiable y seguir siendo un cretino. Ciertamente, lo físico puede ayudar a mejorar el autoestima o la seguridad, pero sería un error poner en el cuerpo todas las fichas en orden a pretender ser mejor.
Uno puede dedicar varias horas a la semana a cuidar su cuerpo —salir a correr, gimnasio, crossfit, entrenamiento funcional, baile, etc.—. Pero uno puede preguntarse también cuánto tiempo dedica a la lectura, a conversar temas a profundidad, a superar sus egoísmos o miedos, a rezar, a hacer o contemplar arte, a estar con su familia, a emprender actividades que lo hagan salir de sí mismo y entregarse a otros, o a meditar acerca del sentido de la propia vida. Si al final uno no es mucho más que las fotos en la playa que sube a las redes sociales, uno termina siendo muy poco.
En una relación
Ya sea que uno lo quiera aceptar o no, el cuerpo tiene fecha de caducidad. Y el cuerpo no es el mismo a los 15 que a los 25 o a los 40. Si uno basa su relación en el atractivo que despierta el cuerpo, la relación durará lo que dure el cuerpo; y mientras dure, siempre estará latente la amenaza de que al otro se le aparezca un cuerpo mejor.
Una relación duradera, en cambio, se centra en el valor integral de la persona, y no sólo en su cuerpo. Ciertamente, el cuerpo ocupa un lugar importante, pero no el lugar central. Esto ya que, tarde o temprano, el atractivo del cuerpo decae, ya sea por algún accidente, por alguna enfermedad, o por el simple paso del tiempo. Una relación que valora toda la persona —y no sólo su cuerpo— va más allá de los límites de lo físico, y se afirma en valores más profundos; esos que no sólo no decrecen, sino que se enriquecen con el paso del tiempo. Frente a esto, uno puede preguntarse qué dimensiones de su persona “ejercita” en orden a ser mejor para uno mismo, y para encarar una relación.
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