La violencia es cada vez más frecuente, más intensa. Y lo peor es que estamos bajo una ola que pretende naturalizar algunas conductas violentas. En algún punto, todos hemos vivido un hecho de violencia —ya sea como víctimas de ella, ya sea por haberla ejercido—. Y en algunos casos la enfrentamos y la resolvemos según los paradigmas que formaron nuestros conceptos —casi por inercia, diría—, o la soportamos por la misma razón.
La palabra “violencia” ya de por sí suena un poco fuerte, y en general nos parece un concepto alejado de nuestra realidad. En consecuencia, el concepto “violencia sexual” resuena aún más duro y extremo. Y si le agregamos la palabra "matrimonio", parecería algo ya casi incoherente, porque se supone que el matrimonio constituye la unión de dos personas que se aman, se respetan, se desean y se entregan a través de la intimidad sexual.
Hablar de violencia sexual en el contexto del matrimonio podría parecerse a escuchar a un conejo blanco, que viste chaleco y muestra su reloj, murmurar que llega tarde a su destino: sólo se vería en una historia ficcional como la de Alicia en el país de las maravillas. Ahora, no estamos tan lejos como en esa ficción. Tristemente, la violencia sexual en el matrimonio no pertenece a un campo imaginario, y menos a uno inusual: es más real y frecuente de lo que creemos o conocemos.
La pregunta clave
¿Cómo identifico si estoy viviendo una sexualidad violentada en mi matrimonio, antes de que sea muy tarde? Es muy sencillo: en todas las manifestaciones violentas hay una reincidencia y una progresión, y comienza con acciones sutiles. Nuestra tarea es no sólo identificar ese “pequeño primer indicio”, sino aprender a no subestimarlo, porque puede ser el inicio del "calvario".
¿Has escuchado alguna de estas frases?
"Estamos casados, te corresponde".
"Claro, ¿para eso no estabas cansado/a no?"
"Listo, te quedas sin sexo."
"Ya no te gusto, ¿no?"
"Si me das esto, a la noche te hago un regalito."
La intimidad sexual debe consumarse en libertad y con el deseo de brindar placer y disfrute mutuamente. Esto nace del contacto amoroso entre dos personas que se aman, se respetan, se desean y disfrutan estar juntos. Por ello, el objetivo de cada cónyuge debe ser brindar placer a su pareja, y no meramente satisfacer una necesidad física personal.
Por esta razón, debería ser el momento del día más deseado y esperado por ambos. Sin embargo, en muchas ocasiones, el sexo se convierte en algo de lo cual la mujer quiere huir, y que el hombre quiere ejecutar, pero aún sin tener intimidad. Cuando nos salimos del propósito de la intimidad sexual, significa que hay una conducta que corregir, o que estamos en el inicio de la violencia sexual, o ya ejerciéndola.
Ejemplos más comunes
Además de estar atento a aquellos indicadores que podrían evidenciar violencia en el matrimonio o desembocar en ella, podemos considerar estos ejemplos, en los que resulta desviado el propósito del sexo entre esposos:
Tener intimidad sexual luego de que alguno de los esposos dijo "no".
Hacer o dejarse hacer algo que uno no quiere ni disfruta.
Reproches por no querer tener intimidad.
Tener reiteradas veces intimidad sexual sin tener ganas.
Tocar o manosear al otro mientras duerme.
Prostituirse (no necesariamente por dinero).
Ponerse en papel de víctima.
La violencia sexual en el matrimonio, entonces, es cualquier tipo de manipulación ejercida para obtener placer sexual; y conforma uno de los tipos de violencia intrafamiliar más frecuentes, más oculta y con más tendencia a ser naturalizada.
¿Por qué una persona llega a ejercer violencia?
Nos encontramos con algunas de las posibles raíces de la violencia:
Necesidad de ser amado: aunque resulte contradictorio, para no ser rechazado o abandonado, el agresor necesita debilitar a la otra persona, y lo hace con violencia. Recordemos que el objetivo que persigue cualquier tipo de violencia es afectar las emociones de la víctima y debilitarla psicológicamente, para lograr la dependencia emocional respecto de su agresor.
Celos: en casi todo pasado de un celoso se esconde una infidelidad paterna o materna, y esa imagen de infidelidad está presente en muchos casos; se libera de esa imagen proyectándose sobre su pareja. El celoso vive actualizando ese miedo infantil de que alguien le robe el amor de sus padres.
Tensión: necesita “desahogar”, sobre los más débiles, toda tensión generada por el estrés y las frustraciones personales.
Inseguridad: sobre todo cuando se casan con personas exitosas o personas que todo el mundo ama; no lo pueden soportar, y esto desemboca en violencia.
Hábitos generacionales: la violencia es una conducta aprendida por el mal ejemplo de otros.
En muchas ocasiones, nos cuesta aceptar que somos víctimas de violencia o que la ejercemos. Aceptar o naturalizar conductas violentas es hipotecar nuestro futuro y el de nuestra familia.
¿Qué experimenta internamente una persona víctima de violencia?
Inconscientemente, la mente de la víctima va generando un mecanismo similar al que genera nuestro cuerpo ante un mal funcionamiento, que en medicina es llamado “omeostasis”. Si bien la omeostasis no evita el dolor, sí lo aplaca. La mente de la víctima funciona del mismo modo: genera mecanismos defensivos. El más habitual es la “negación", que viene a disminuir la angustia.
Por eso es tan importante ser conscientes de los "pequeños síntomas" y ponernos en alerta para no pasar por alto ninguno de ellos, entendiendo que toda conducta puede ser redireccionada buscando juntos la raíz y sanándola.
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La manera más fácil de combatir cualquier tipo de violencia —pero, en especial, la violencia sexual— reside en mantener nuestra autoestima sana, no perder de vista que la sexualidad en el matrimonio equivale a intimidad, a entrega y servicio mutuo… Y, sobre todo, nunca permitir en nuestra vida nada que no sea honroso, por más insignificante que parezca. Prevenir, detectar y tratar a tiempo resulta fundamental para erradicar la naturalización de la violencia sexual en el matrimonio.
Por cualquier consulta, puedes buscarme en Instagram: @pepyecheverria
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