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“Yo soy Betty, la fea” y la aceptación de uno mismo



Muchos conocen esta telenovela colombiana, que batió record a nivel mundial debido a que su historia resonó tanto con los espectadores que terminó siendo adaptada en más de medio mundo. Es más: en el momento en que salió al aire, fue un fenómeno tan grande y popular que cuenta la leyenda que, para el final, la ciudad entera detuvo lo que estaba haciendo, para poder ver qué pasaba.


Pero esto no quedó ahí. Cuando Netflix decidió emitir de nuevo la serie, permaneció por casi un año en el top 10 de series más vistas, y ahora que está en Prime, ¡sigue allí! Pero, ¿por qué esta historia resuena tanto en quien la mira, y en qué nos puede ayudar a sentirnos mejor con nosotros mismos?


Beatriz Pinzón Solano: una heroína poco convencional


Todos queremos un héroe a quien admirar, ¿no es cierto? Sin embargo, Betty, más se parece al antihéroe de la canción de Taylor Swift que a ese papel que al principio nos quieren presentar, el de una heroína sacrificada, que sufre por su virtud debido a que siempre hace las cosas bien.


Y es que, a simple vista, uno podría pensar en Betty como una víctima de los acontecimientos que le suceden, y que le suceden, en particular, simplemente por no haber nacido agraciada. Ella también lo siente así, y es por eso que acepta, abnegada, las migajas de lo que se le da. ¡Incluso si eso implica un puesto para el que está sobrecalificada, un armario como oficina, o un jefe que abusa de ella en todos los sentidos posibles!


Pero, ¿es que a Betty le acontecen estas cosas, o ella tiene parte en los acontecimientos? Vale decir: ¿qué tan pasiva es Betty?


Del antro como oficina a “La cabecera de la mesa está donde yo esté sentada”


No podemos negar que lo que le pasa a Betty es terrible —los que no hayan visto la novela, por si no lo notaron, ¡este artículo tiene spoilers!—, pero, como le dice Nicolás, su mejor amigo, los que quieren dañarla “tenían el camino abonado”. Así es como Mario y Armando pueden urdir su maquiavélico plan de enamorarla, justamente porque ella pensaba que no merecía más que ser la amante de Armando.


También es así como su jefe puede trapear el piso con ella y ponerla en el peor lugar de la empresa: porque ella pensaba que no merecía nada más. Sin embargo, es en este descenso a los infiernos que Betty encuentra su verdadero valor como persona, como mujer, como hija de Dios.


Esta caída es necesaria para que Betty pueda, por primera vez, sentir la necesidad de un cambio. Así, enfrenta a la Betty de espejo, y logra reconciliarse con ella, tal como le propone Catalina Ángel, su “hada madrina”.


El cambio de look de Betty no tiene que ver con ir a la peluquería y comprarse ropa nueva: empieza por aceptarse a sí misma y, a la vez, por perdonar a aquellos que abusaron de ella. Solo así puede tener la suficiente seguridad como para reclamar su puesto como presidente, y para pararse de frente a Armando, como un igual. Y ello es lo que sentará las bases de una futura relación sana.


* * *


La presentadora peruana Adriana Varcalcel, le dice a Betty: “Betty, saca esa luz que todos tenemos, e ilumina a la gente”. Esto puede recordarnos lo dicho por Jesús en el Evangelio: “Nadie enciende una lámpara para esconderla debajo de un cajón” (Lc 11, 33).


Y es que Dios no nos creó para que pasemos toda nuestra vida ocultándonos debajo de diferentes máscaras, intentando no brillar. Por el contrario, Él nos dio la vida para que, siendo realmente nosotros mismos, iluminemos a los demás con los dones que Él nos otorgó.


Y este es el motivo por el cual Betty ha pegado tanto en nosotros: porque todos hemos pasado por ahí. Todos podemos decir que algún momento hemos sido Betty. Ahora bien, la pregunta es: ¿estás listo para brillar con la luz que Dios te dio?



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