Las declaraciones de la cantante sobre su exposición temprana a la pornografía obliga a un debate profundo sobre un tema preocupante.
Recientemente Billie Eilish ha hecho declaraciones que, para todo padre, madre o educador, pueden significar un antes y un después. Con 19 años, la cantante y compositora ha puesto sobre la mesa un tema que, por estar teñido de una atmósfera cool, está llevándose silenciosamente por delante a miles de niños, niñas y adolescentes.
“Exponerme a la pornografía a los 11 años dañó mi vida sexual”, “(la experiencia no me permitió) decir no a cosas que no eran buenas”, “yo pensaba que eso era lo que se suponía que me atraía”, “exponerme a ese tipo de contenido ha dañado mi vida sexual”, fueron algunas de las frases que circularon de su entrevista de esta semana, en la que definió a la pornografía como abusiva.
Hablar de pornografía, en serio.
Cuando hablamos de pornografía, estamos hablando de un negocio, más que de un entretenimiento (como puede parecer a primera impresión). No es un negocio que busca satisfacer una necesidad: es un negocio que va creando distintas necesidades. A partir de los estímulos placenteros, el cerebro produce una sustancia química llamada dopamina, conocida como “el neurotransmisor del placer”. En el momento en que una persona consume pornografía, el cerebro produce grandes cantidades de dopamina. Este consumo, sostenido en el tiempo, “acostumbra” al cerebro a una liberación masiva de dopamina, de modo que irá requiriendo una mayor cantidad de ésta para producir la misma sensación de placer. El consumo compulsivo de pornografía va necesitando cada vez más contenidos, más explícitos, más fuertes, más impactantes, más alejados de la realidad.
La evidencia científica está demostrando lo que Billie Eilish expresó con sus palabras: el consumo de pornografía comienza, generalmente, antes de la primera experiencia romántica real. Cabe entonces una reflexión educativa sobre la imagen del sexo que los adolescentes se construyen a partir de la pornografía, habitualmente muy distante de la realidad, exponiéndolos a diversas situaciones de vulnerabilidad.
Daños en los adolescentes.
La pornografía entrena a adolescentes para que no vean el consentimiento como esencial en las relaciones sexuales; atenta contra la salud sexual y contra la educación sexual haciendo creer que el sexo no tiene ningún tipo de consecuencia; crea un mundo en el que no hay límites sexuales, y la pulsión individual domina todo: no importa el otro o la otra. Además, tiene tres grandes consecuencias.
#1 Distorsiona la imagen del otro/a y, especialmente, la imagen de la mujer, poniéndola en posición de mujer-objeto.
No solamente como objeto de placer, sino también como objeto de descarga de otras emociones y de violencia, como por ejemplo la ira.
#2 Distorsiona la imagen del sexo.
Se habla de la pornografía como la nueva “ciencia ficción del sexo”. El sexo que se ve no es real. Una consecuencia práctica que esto tiene, y que se escucha en consultas, tiene que ver con la insatisfacción sexual: acostumbrarse a un sexo ficticio puede llevar con facilidad a no disfrutar del sexo real.
#3 Distorsiona la imagen de uno/a mismo/a.
Al final, todo lleva a un planteo inicial y de fondo en la vida de cada persona, que apunta a plantearse con mayor claridad cuál es el proyecto de vida al que se aspira. Si se aspira a un proyecto relacional de pareja, en donde se entrelacen conceptos como placer, unión, goce, amor, cuidado, respeto, el consumo de pornografía nos ubica en otro camino, paralelo, más vinculado al autoerotismo, al placer según los propios tiempos, a la instantaneidad, a la ficción, distante de una relación real.
Mientras la pornografía es un negocio, y los avances tecnológicos ofrecen posibilidades inimaginables, los profesionales de la salud y de la educación podemos aportar un aspecto más existencial, más de fondo, más conectado con la realidad: ¿queremos ese mundo que propone la pornografía, que es un mundo sin vínculos, sin intimidad, sin respeto por la mujer?
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