Hace unos días, en la homilía de la Eucaristía del domingo 30 de abril, el hermano Ángel de la Parroquia Cristo Salvador (Lima, Perú) mencionó esta frase; “Dios no tiene hijos en serie: ¡tiene hijos en serio!”. ¡Se me hizo tan profunda para reflexionar acerca de la maravilla de la vida, del sentido que tiene, de lo únicos que somos…! Por eso, quise compartirles algunos aspectos que me parecieron importantes al detenerme a pensar en esta frase.
Todos somos seres humanos, pero no somos iguales
Podemos pensar que todos somos seres humanos, pero nos diferencian muchos aspectos —sociales, culturales, demográficos…; pero sobre todo fisiológicos y de personalidad—. Cada uno de nosotros tiene rasgos y comportamientos completamente diferentes, lo que carecen de sentido frases típicas como “todos los hombres son iguales”: somos únicos e irrepetibles.
Somos únicos desde el momento de la concepción
En el momento en que se unen el óvulo (célula más grande de la mujer) y el espermatozoide (célula más pequeña del hombre), y ocurre ese momento sublime de la concepción, se forma la vida. No antes, no después. Y se trata de la vida de un ser único e irrepetible.
Nadie nace grande ni formado: somos parte de un proceso
En el momento en que se une el espermatozoide con el óvulo, no tiene forma humana, por supuesto. Se requiere de semanas en el vientre de la madre para formarse, e incluso de otros años más para terminar su maduración. Esto significa que estamos en constante crecimiento a nivel físico, intelectual y espiritual: incluso cuando ya somos “independientes” necesitamos evolucionar, mejorar, cambiar y aprender.
Debemos ser conscientes de la responsabilidad y consecuencias de nuestras decisiones
Si la pareja decide usar los días de fertilidad para tener intimidad, pero con la intención de no tener hijos, ello constituye una incongruencia, puesto que se parte de la base de la presencia en mayor proporción de la infertilidad a lo largo del ciclo. Por tanto, si se usan los días de fertilidad, simplemente la intención de uso es lograr el embarazo.
No somos dueños de la vida de nadie
No tenemos derecho a elegir la vida o no. Pensar que —dentro de las primeras horas de fecundación o con algunas semanas de gestación—podríamos elegir que siga la vida del óvulo fecundado, embrión o bebé no tiene sentido. Somos hijos de Dios, y es Él quien decide luego que los diferentes factores fisiológicos estén de manera adecuada. Bendecir a esa pareja con un nuevo integrante es donarles un hijo amado, y como tal, es bienvenido.
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Llegar a pensar que podemos decidir sobre la vida del otro, sustentados en la creencia de que “sólo es un embrión” —que no tiene forma ni alma— desvirtúa completamente los parámetros de la vida, del respeto a ella y de su cuidado. Somos hijos únicos de Dios: Él nos ha enviado a este mundo por una razón, con una misión. Por tanto, Dios no tiene hijos en serie: ¡tiene hijos en serio!
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