Cuando hablamos de la bondad y la maldad moral, hablamos de la bondad o maldad en las acciones que el ser humano realiza. En este campo, una pregunta obligada es en base a qué criterios podemos establecer qué es lo bueno y qué es lo malo.
Frente a esta pregunta, tenemos dos posibles caminos. El primero de ellos es el de una moral inmanentista; el segundo, el de una moral realista. Ambos son opuestos y absolutamente incompatibles. Trataremos de explicar en qué consiste cada uno.
Una moral inmanentista
La primera postura se denomina inmanentismo debido a los términos latinos de los que está compuesto su nombre: in —en— y manere —permanecer—. Para el inmanentismo, la regla para establecer qué es lo bueno y qué es lo malo, permanece en el propio sujeto, es decir, depende del querer del ser humano. Esto puede darse de dos modos distintos.
Primera forma de inmanentismo: moral como imposición
La primera forma de inmanentismo es aquella en la cual un sujeto o un grupo en el poder establecen que es lo bueno y qué lo malo. E imponen ese criterio a los demás, a través de algún mecanismo de coerción. No hay una razón de fondo para distinguir lo malo. Esa distinción depende exclusivamente del querer de la autoridad, y no tiene por qué ser razonable. Es lo que ocurre con expresiones como: “No lo hagas porque es pecado”, “No tiene por qué ser razonable: es pecado y punto”; o en un contexto más general: “Hay que hacerlo porque lo dice la ley”, sin reparar si su contenido es justo.
Nótese que lo que tratamos de hacer es analizar una postura moral según la cual la bondad o la maldad de algo depende exclusivamente de lo que dice la autoridad. Esto claramente puede llevar a arbitrariedades, puede llegar a sentirse muchas veces como una imposición que termina quitando libertad. “No debo tener relaciones sexuales antes del matrimonio porque es pecado. ¿Y por qué es pecado? No lo sé, pero es pecado.”
Segunda forma de inmanentismo: la moral depende de cada uno
La segunda forma de inmanentismo puede derivarse de la anterior. Dado que una moral que depende exclusivamente del querer de una autoridad puede llegar a sentirse como una imposición, a fin de liberarse, uno finalmente termina asumiendo que lo que está bien y lo que está mal depende del querer de cada uno. Cada sujeto, atendiendo a los criterios que considera más relevantes, establecerá para sí el bien y el mal. Cada uno crea para sí sus propias normas, sin interferencia de terceros. Cada quien es dueño del bien y del mal, como planteaba Nietzsche al hablar del Superhombre.
Nótese cómo para el inmanentismo no es posible establecer criterios objetivos para establecer qué está bien y qué está mal. En última instancia, lo bueno y lo malo depende del querer de alguien: de alguien con autoridad, o de cada uno.
Un camino diferente: una moral realista
La postura realista, en cambio, toma otro camino. Señala que lo que está bien y lo que está mal no depende del querer de algún sujeto, sino que se establece en atención a su naturaleza. Se pasa de un criterio subjetivo a uno objetivo.
¿Qué es “bueno” para las aves? En atención a su naturaleza, volar. De igual modo, el bien y el mal para el ser humano se deberá explicitar a partir de lo establecido en su naturaleza. ¿Qué será bueno para alguien? Aquello que lo perfeccione en cuanto ser humano. ¿Y qué será malo? Aquello que lo aleje de dicha perfección.
Vista así, la postura realista marca un camino de plenificación. Será bueno aquello que a uno le haga bien en cuanto ser humano, aquello que lo haga ser una mejor persona. Y será malo aquello que lo dañe en cuanto ser humano, aquello que lo corrompa, aquello que no lo deje ser una mejor persona. Nótese que no hablamos aquí de gustos o preferencias personales, sino de aquello perfecciona o corrompe al ser humano en atención a su naturaleza.
Bajo este concepto de la moral, los criterios para establecer lo bueno y lo malo están inscritos en la naturaleza del propio ser humano, y deben ser conocidos a partir de ésta. Es decir, algo propio de la postura realista es que uno no sólo puede saber qué es lo que está bien y lo que está mal, sino también por qué algo está bien o está mal.
Una aplicación al mundo de la sexualidad
En lo referido al mundo de la sexualidad, es importante recordar que el ser humano ha sido hecho para amar. Se trata de algo que está ya inscrito en nuestra propia naturaleza, y no depende de nuestro querer. A partir de lo expuesto, ¿cuál es el criterio para establecer qué es lo bueno y qué es lo malo en materia de sexualidad? Ese criterio nos lo dará el amor. Hablamos aquí de amor no entendido como un sentimiento, sino como la decisión de buscar el bien y lo mejor para la otra persona. Así, lo más opuesto a amar será usar. En efecto, al usar, se busca el propio bien a costa de la otra persona.
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Si tomamos una postura inmanentista y definimos lo bueno y lo malo desde nuestro deseo, en sexualidad, terminaremos usando al otro. Nos alejaremos de nuestra perfección, nos corromperemos. En cambio, la postura realista, según la cual lo bueno y lo malo dependen de la naturaleza, nos demuestra que elegir el camino del amor perfecciona al ser humano, lo plenifica.
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