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Foto del escritorBelu Lombardi

Nuestra belleza femenina



Desde tiempos inmemoriales, las mujeres perseguimos incansablemente la belleza. Si bien sus estándares dependen de la época y de la cultura, esos estándares tienden a someternos a modelos que, con sus exigencias, muchas veces resultan contraproducentes.

Sin embargo, la belleza no es dañina. Dañina es su tergiversación, en la que se vuelven primordiales el cuerpo y lo material. En este artículo, me gustaría hacer tres reflexiones sobre la verdadera belleza, la que nos ayuda a aceptarnos y amarnos a nosotras mismas de manera sana y libre.

1. La belleza es más que lo físico

El Principito decía que lo esencial es invisible a los ojos, y no se equivocaba. Por supuesto que la belleza es mucho más que una simple cuestión estética. ¿Pero de qué belleza hablamos? Hablamos de aquella que trasciende los estereotipos superficiales impuestos, el tiempo y la cultura. De aquella que sabe apreciar las esencias mirando con el corazón.

Imaginemos que nos encontramos en un cálido ocaso de verano frente al mar, sintiendo la brisa danzar en nuestro cabello y el sonido salado que nos invita a un momento de serenidad y calma. O pensemos tal vez en un cielo estrellado repleto de romance, lluvia acariciando nuestra ventana con ese sabroso aroma a tierra mojada. O tal vez en una simple taza de café una tarde de abril, mientras las hojas adornan elegantemente el suelo. Sólo al imaginarlo, nuestros sentidos se agudizan y se dilatan para absorberlo todo como si lo imaginado fuera más que un pensamiento. Nuestra alma se sosiega y deseamos eso, porque nos hace bien.

Es muy distinto estar en medio del paisaje que simplemente contemplarlo en un cuadro o imaginarlo. Pero el sentido de la belleza trasciende porque su esencia está presente incluso en la imagen imaginada, y ella nos cautiva, nos abraza, nos habla y nos inspira.

2. Descubrir nuestra feminidad es descubrir nuestra belleza

La feminidad es el reflejo del alma femenina. Descubrir nuestra belleza es encontrarnos cara a cara con nuestra feminidad. La cultura actual debilita y cosifica a la mujer cuando sólo se focaliza en su cuerpo, y las mujeres sufrimos esas consecuencias volviéndonos dependientes de nuestro aspecto físico. Así, nos sometemos a dietas eternas, kilos de maquillaje, o cirugías estéticas anhelando una belleza malentendida y, tal vez, inalcanzable.

Cuando entramos en contacto íntimo con nuestro ser-mujer, advertimos que la feminidad ofrece virtudes y cualidades de las que el mundo no puede prescindir, y nosotras debemos ser conscientes de ello. Hablamos de la ternura, la comprensión, el instinto maternal, la capacidad de relacionarse y de conectar, entre muchas otras.

Todas estas cualidades forman parte de la belleza femenina, pero dicha belleza es más que la suma de sus componentes. La belleza del alma brilla en nuestros ojos y endulza nuestras palabras, haciéndose visible de adentro hacia afuera. Puede verse en nuestra sonrisa, tocarse en nuestros abrazos, iluminar con nuestro consuelo y atraer con nuestra sociabilidad. No envejece aunque pase el tiempo, ni se marchita. Nuestra belleza florece toda la vida.

3. Todas las mujeres tenemos una belleza que develar

Toda mujer posee una belleza a develar; belleza que vive en nosotras y espera ansiosa presentarse al mundo y colorearlo. Pero develarla implica desnudar el corazón, lo cual es un riesgo. Sin embargo, se trata de un riesgo que vale la pena tomar porque hoy más que nunca el mundo necesita de nuestra belleza interior.

Muchas mujeres creen no ser bellas por no encajar en los estereotipos de “belleza” impuestos. Pero la verdadera belleza y el amor propio trascienden las modas de turno. Nuestra belleza surge del hecho de valorarnos, de querernos y aceptarnos a nosotras mismas tal cual somos, reconciliándonos con el dolor y amigándonos con nuestras cicatrices. Se trata de aprender a apreciar nuestra belleza interior, la cual es invisible a los ojos.

Amarnos a nosotras mismas, nuestra naturaleza y esencia, y darle un propósito al dolor es la manera más realista de mirarnos al espejo. Porque sin bondad, amabilidad, ternura, intelecto, talentos, pasiones y un corazón latiendo, la belleza sólo se reduce a una cáscara hueca, sin fruto para deleitar al mundo; y nosotras valemos y merecemos mucho más que eso. Sí, eres bella. Eres buena. Brillas. Simplemente eres tú.

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