Cuando era niño, Jorge decía que quería tener 14 hijos. Su familia siempre le bromeaba sobre cómo pensaba hacer cuando le pidieran ir a KFC o sobre que tendría que comprar un bus escolar para viajar todos juntos. Con el tiempo ese número fue disminuyendo, pero el anhelo de una familia con varios hijos se mantuvo.
De ahí que, cuando nos reencontramos y decidimos casarnos, sabíamos que implicaba necesariamente hablar de hijos: cuántos, cada cuánto, qué escuela, dónde criarlos, cómo les transmitiremos la fe y miles de temas más. Lo bueno es que, conversando en un parquecito sobre el tema, coincidimos en que queríamos cuatro hijos, pero también coincidimos en algo más: una vez casados, queríamos esperar un tiempo para tenerlos. Esta decisión fue bastante natural para los dos. Nuestra historia nos hacía mirar con mucha ilusión el momento en que por fin seríamos esposos y crearíamos un hogar completamente nuevo y nuestro. Y aunque parte de ese sueño son los hijos que Dios quiera para nosotros, también descubrimos el inmenso deseo de tener un tiempo en el que nos dedicáramos a seguir construyendo (porque empezamos a hacerlo desde enamorados, y con más fuerza en el noviazgo) las bases de lo que será toda una vida amándonos cada día más.
Nos parece necesario aclarar que esta decisión es 100 % de nuestra familia y completamente adaptable a lo que fuéramos descubriendo como cónyuges a lo largo de esos dos años. Si una pareja se casa y decide tener hijos inmediatamente, está muy bien. Y lo mismo si hay razones que ustedes consideran prudentes y de peso para espaciar los hijos por algunos meses o incluso años (en nuestro caso, una de las razones también fue el proceso médico que uno de los dos estaba llevando).
Algunas reflexiones
Esta decisión, además de que la tomamos juntos y delante de Dios, siempre ha tenido presente 3 puntos que nos permiten vivirla en paz:
#1 Siempre abiertos a la vida
Los hijos son consecuencia del amor de los cónyuges, una expresión viva de la unión matrimonial y parte importante del compromiso que asumimos frente al altar. Por eso era (y es) muy importante el estar siempre abiertos a la vida y buscar un método natural para lograr espaciar los hijos (nosotros utilizamos el Método Creighton, el cual nos permite reconocer los signos de fertilidad y con esa información tomar decisiones). Nosotros podemos tener nuestros planes, pero la primera y última palabra siempre debería ser de Dios.
#2 Nuestra familia ya está completa
Cuando nos casamos, nos convertimos en una familia nueva, única y, sobre todo, completa. Los hijos no llegarán para llenar un vacío, sino como un regalo inmerecido, que hará a la familia más grande y ensanchará nuestros corazones para amar cada día más. Es así que, si llega uno, dos, catorce o ninguno, nuestra familia ya cuenta con todos sus miembros.
#3 Seguir creciendo, madurando y formándonos
No tener hijos no significa “vacaciones todo el año”. Es mucho lo que no sabemos y tenemos por aprender como esposos, pareja y si Dios quiere, futuros padres. Y este tiempo es perfecto para eso: para leer, conversar con amigos que ya son papás o también han decidido esperar, cuidar a uno que otro bebé (para ir practicando) y seguir soñando y trabajando por ser la familia que tanto anhelamos.
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Y eso ha sido todo por ahora. Les pedimos que tengan a nuestra familia y, una vez más, si Dios lo permite, nuestra futura paternidad y maternidad en sus oraciones. Cuentan con las nuestras y nos vemos en el siguiente artículo.
Pía & Jorge
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