Las Catequesis de san Juan Pablo II sobre la “redención del cuerpo y la sacramentalidad del matrimonio”[1], como el mismo Papa las llamó[2], nos permiten profundizar en varias de las experiencias humanas que tocan lo más íntimo de la humanidad: el ser comunional. Usamos la palabra «comunional» porque nos referimos a un aspecto que supera una mera instancia «social». Gaudium et Spes 24 nos lo recuerda con sencillez, ubicando el meollo de la identidad personal en la misma relación comunional. De ese modo, el hombre sólo se descubre a sí mismo en el don que hace de sí y que recibe del otro, dentro de la reciprocidad de la communio personarum. Y, al inicio de todo esto, existe un fenómeno que nos llama particularmente la atención: la atracción.
Dostoyevski y dos formas de atracción
El gran escritor ruso F. Dostoyevski, de cuyo nacimiento se celebran 200 años en este 2021, muestra en El eterno marido (1870) cómo Natalia Vasílievna es fuente continua de atracción en vida y, de alguna manera, también luego de la muerte, pues jalona a varios personajes alrededor de su figura. Alekséi Velchanínov cumple el papel del amante, mientras que Pável Trusotski es el eterno marido. Ambos se ven atraídos hacia ella, pero de modos muy distintos. Mientras que Pável la ve como esposa y futura madre de sus hijos, Alekséi la considera una amante.
¿Qué tienen en común ambos personajes? Fueron atraídos por los encantos de Natalia. Ciertamente, esto no quita la responsabilidad de cada acción. Pero resulta interesante observar cómo estas cualidades despiertan “pequeñas consideraciones” en la mente del sujeto.
Salir de la prisión de uno mismo
Dejando al escritor ruso, tomemos ahora a nuestro santo polaco, para hacernos unas preguntas respecto de este tema. Las Catequesis 109 a 111 nos refieren una bella reflexión acerca del amor erótico, el cual, sin lugar a dudas, está íntimamente emparentado con el fenómeno en cuestión. San Juan Pablo II promulga desde la cátedra de san Pedro con estas palabras:
“El amor […] desencadena una experiencia particular de la belleza, que se centra sobre lo que es visible, pero que envuelve simultáneamente a toda la persona. La experiencia de la belleza engendra la complacencia, que es recíproca”[3].
Esta cita es crucial para comprender la “atracción” como una suerte de movimiento de la persona. El Papa nos dice que el amor “desencadena (sprigiona)”. Lo primero es la salida de la cárcel (prigione): se rompen las cadenas del idealismo. El amor, ante todo, libera del gran error del encierro unipersonal, de pensar que todo es aquello que yo digo que sea. Un existencialismo latente, que esconde el pecado primigenio de la soberbia.
La experiencia del amor es, de alguna manera, salir de uno hacia otro. Esta “salida”, en el sentido de la liberación platónica de la caverna, se da porque nos sentimos “atraídos”. En otras palabras, el hombre quiere salir porque encuentra fuera de sí algo bello, como dice el Papa de las familias: “una experiencia particular de lo bello”. No se trata de algo que esté dentro mío, sino de “lo que está afuera”, y nos libera de la prisión del egocentrismo y de la egolatría.
La búsqueda de lo bello del otro
La «atracción» se da, entonces, porque presiento, gusto o intuyo que el «otro» posee en sí una perfección, algo hacia lo cual aspirar. Sin lugar a dudas esta experiencia tiene un cierto sabor, si nos permiten, a apropiación. Es decir, “hacer propio lo ajeno”, como si pudiéramos absorber aquello «bello» que se encuentra en el «otro», haciéndolo «propio».
Sin embargo, gracias a las leyes de la física que Dios ha establecido, la materia es impenetrable y, por lo tanto, «lo bello del otro» permanece siendo «lo bello del otro», sin poder ser apropiado. Aun así, permanece aquel deseo inexorable en el «lenguaje del cuerpo» y se muestra con firmeza a través de la comunicación no verbal.
Veamos, por ejemplo, el abrazo y el beso. Son dos demostraciones de afecto que tienden a un valor de perfección que consideramos en el otro. Siempre que se dan sinceramente, se realizan frente a alguna admiración, al menos por el agrado que produce la existencia del otro. Con ambas demostraciones de afecto buscamos acercarnos mucho a aquello «bello del otro», casi al punto de buscar cierta adecuación. El abrazo lo expresa singularmente como un gesto de “hacer propio”, de “traer hacia sí” al otro.
El lenguaje del cuerpo, entonces, nos enseña con cierta pedagogía divina que el hombre tiende a una unión, a una comunión, que se basa en el principio de la atracción por lo «bello del otro». Vemos así que la atracción no sólo se da al nivel de lo sexual, como en el caso de Natalia Vasílievna, sino que abarca, conceptualmente, toda perfección que pueda considerarse en el otro. De esta manera, el
abrazo entre amigos es un gesto corporal que expresa una intención de aprehensión de la belleza del otro.
No es lo feo o repulsivo lo que atrae, sino lo bello y lo perfecto. De hecho, en las personas que vemos que se da al revés, notamos que es porque encuentran cierta apariencia de belleza o perfección en aquello que objetivamente no lo es. Se han quedado embelesados por una mentira o por una apariencia. No cabe duda d que la atracción es sólo hacia lo bello, siendo su contrario la repulsión[4].
La atracción de los valores
Podemos agregar que no se trata de una mera belleza física, sino también de algo que toca el filamento afectivo de la persona, como “lo divertido” o “interesante”. De hecho, la atracción y la repulsión producen en el sujeto una “vivencia emocional”, que podemos denominar “hechos emotivos ricos y diferenciados”[5]. Estos son básicamente lo que comprendo de la persona del otro, aquello que me atrae y que, de algún modo, me conecta con el otro. A partir de la atracción, que reafirma un valor objetivo en el otro, se introduce en la esfera afectiva una imagen de este junto a sentimientos bien marcados, que podemos denominar “valores”[6].
Un «valor» no escapa del ámbito subjetivo, aunque tenga como base objetiva una perfección real del otro, y produce en nosotros cierta promesa de complacencia. Es decir: imaginamos que seríamos felices obteniéndolo. Sin embargo, como ya notamos, el deseo quiere más de lo que realmente alcanza en el campo sensible. Un abrazo no es lo mismo a “poseer” a la persona que estamos abrazando, pero aun así se intenta captar toda la tendencia del deseo entre dos brazos que circundan un mundo personal.
Los valores que experimentamos del otro están unidos, entonces, al fenómeno de la «atracción». Por este motivo, debemos tener cuidado con ciertas reacciones que se presentan en nuestra persona. Nos referimos a que los «valores» que entendamos del otro no siempre son reales. Ocurre, a veces, que el hombre se equivoca y los capta equivocadamente. Puede suceder por varios motivos. Uno de ellos es el vicio que nubla la vista moral de la persona, llegando al punto de ver en el otro algo que no existe, o exacerbando una cualidad al punto de despersonalizar al otro en virtud de esa misma cualidad.
Excitación y emoción
Esto último se observa en la atracción que despierta Natalia, esposa de Pável, en Alekséi, su amante en la novela rusa ya mencionada. ¿Qué ve Alekséi en la figura de Natalia? ¿No alcanza a ver su vínculo matrimonial de presunta fidelidad y exclusividad con Pável? Evidentemente lo mismo podemos preguntar de Natalia. Podemos decir que, si bien lo considera, no es lo que ve con fijación, no es el “valor” hacia el cual se dirige, sino que se centra en la “complacencia de lo sensible”. Si bien el valor mencionado no es malo en sí mismo, sí lo es la reducción absoluta del otro a este.
San Juan Pablo II nos habla respecto de la reacción que produce el “valor sensual” cuando distingue la excitación de la emoción. La primera es “sobre todo «corpórea» y, en este sentido, «sensual»”, mientras que la emoción “si bien suscitada de la recíproca reacción de la masculinidad y de la feminidad, se refiere sobre todo a la otra persona entendida en su «integralidad»”[7]. Evidentemente, ambas están unidas en la misma reacción positiva que se despierta ante la persona del otro.
Vale aclarar que tanto la excitación como la emoción son buenas en cuanto que ambas refieren al valor inestimable de la persona del otro. Sin embargo, debemos ubicarlas en un correcto proceso, ya que la sola «excitación» reduce al otro a un cuerpo, mientras que la sola «emoción» representa al otro sin un cuerpo, como si se tratase de un ángel[8]. Cabe decir que, en la mayoría de las ocasiones por la misma naturaleza de la diferencia sexual, se observa en el varón una mayor tendencia a lo primero, mientras que en la mujer a lo segundo. Debemos, por lo tanto, buscar una integración de los valores y de la percepción de los mismos según una mirada afirmativa e integral de la persona del otro[9], ordenando nuestra afectividad según una belleza objetiva, real. Así se cumple la última frase de la ya citada Audiencia del 23/05/1984.
La Teología del Cuerpo, entonces, nos enseña que la atracción es una disposición positiva de la persona que invita a un amor que debe superar las apariencias y los reduccionismos, haciendo que el fin sea toda la persona del otro. La atracción nos llama a salir de nosotros mismos en busca de esa donación hacia el otro, cumpliendo así nuestra semejanza con el Creador, quien es eterna comunión trinitaria. Un movimiento del corazón que, en definitiva, busca la reciprocidad.
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[1] Citaremos las Catequesis con la letra “C” seguida de la fecha correspondiente a la audiencia y del número de orden según el corpus recogido en la última edición italiana, idioma original en que fueron promulgadas. Marengo, G. (2009, a cura di): Giovanni Paolo II. L’amore umano nel piano divino. La redenzione del corpo e la sacramentalità del matrimonio nelle catechesi del mercoledì (1979-1984), Città del Vaticano, Libreria Editrice Vaticano—Pontificio Istituto Giovanni Paolo II per studi su Matrimonio e Famiglia. [2] C 129 (28/11/1984), 1. El papa asegura que “teología del cuerpo” es sólo un término de trabajo, no el nombre que deben llevar las Catequesis por él dictadas. [3] C 109 (23/05/1984), 3b: “L’amore inoltre sprigiona una particolare esperienza del bello, che si accentra su ciò che è visibile, ma coinvolge contemporaneamente la persona intera. L’esperienza del bello genera il compiacimento, che è reciproco”. [4] Cf. K. Wojtyła, Persona y acto, Ediciones Palabra, Madrid 2011, 361. [5] Cf. K. Wojtyła, Persona y acto, cit., 363. Los cuales sugieren una acción, que derivará en la autodeterminación de la persona. [6] Cf. K. Wojtyła, Amor y responsabilidad, I, 2, 2 “El atractivo y la toma de consciencia de los valores”. [7] C 125 (31/10/1984), 4 (trad. pr.). [8] Algo contrario a la voluntad de Dios, quien nos creó como seres con cuerpo y alma, una unidad substancial. [9] K. Wojtyła nos habla de la «norma personalista»: el otro es siempre un fin, nunca un medio.
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