Vivir abiertos a la vida en el matrimonio no se trata tanto de “tener hijos”: es, sobre todo, una disposición interior del corazón, de los deseos, de la búsqueda del bien y la verdad.
Un error muy común
Imaginaros que tenéis relaciones sexuales todos los días del ciclo. Si sabemos que no todos los días es posible el embarazo, entonces, ¿son “menos” relación aquellas que se tienen en momentos infértiles? ¿Y qué pasaría entonces con los matrimonios que viven la infertilidad? ¿Y con los que están ya esperando un hijo…? Pues la mujer que está embarazada no se vuelve a embarazar... Por esa regla de tres, casi mejor que, por ejemplo, mujeres menopáusicas no tengan relaciones.
¡Error! Es el mismo que asumimos al pensar que usando métodos naturales para posponer embarazo, por un motivo necesario, estamos cerrados a la vida. Veamos por qué.
Cuando la Iglesia Católica explica que las relaciones conyugales deben ser unitivas y procreativas, lo que quiere decir es que, ante todo, se ha de cuidar que la unión sea plena, en cuerpo y alma, para dar sentido a ese “seréis una sola carne”: nos lo damos todo y recibimos todo del otro (el semen en la vagina, concretamente). A veces, a partir de ahí fluye una nueva vida; pero no siempre.
Espiritualmente fecundos
Aceptando la posibilidad cocreadora somos espiritualmente fecundos: en nosotros se expande vida espiritual que recibimos los cónyuges, y también quienes nos puedan tratar de cerca: los hijos que ya tengamos, los amigos y otros matrimonios.
San Juan Pablo II, en su libro Amor y responsabilidad, dice que las relaciones conyugales son en primer lugar para crecer en el amor, no únicamente para tener hijos. De hecho, cuando sólo se piensa en tener el hijo, la unidad conyugal puede perderse. A la vez, no se puede eliminar intencionalmente la fertilidad, porque dejaría de haber unidad verdadera.
En definitiva, la apertura a la vida tiene más que ver con una fecundidad espiritual, con un deseo de entregarse al cónyuge a través del cuerpo, en cada una de las relaciones sexuales. Porque con el cuerpo se expresa lo que no se ve. Sin embargo, si con el cuerpo no deseamos darlo todo, por ejemplo, haciendo uso de la anticoncepción, estamos impidiendo que la unión sea plena. Me he encontrado muchos matrimonios que me han manifestado que con los anticonceptivos sentían que se “rompían por dentro”.
Relaciones en fase infértil
Cuando un matrimonio necesita posponer un embarazo, la Iglesia Católica muestra que el uso de los métodos naturales constituye un medio para seguir manteniendo la esencia de lo que es verdaderamente esa entrega corporal, ya que las relaciones en fase infértil también pueden estar abiertas a la vida, aunque la vida biológica no venga.
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Existe una diferencia enorme entre recurrir a los periodos infértiles, dados por Dios en nuestra naturaleza corporal, y hacer infértiles intencionalmente las relaciones sexuales. Volviendo a Amor y responsabilidad: el matrimonio no ha de rechazar nunca la posibilidad de ser padres a través de una relación sexual —dimensión procreativa—, y al mismo tiempo, no en todas las relaciones necesitan “desear positivamente procrear en cada ocasión que tienen relaciones”. Estas se necesitan para profundizar en la unión conyugal —dimensión unitiva—, no solo para la procreación. Sería suficiente que el matrimonio dijera “realizo este acto sabiendo que podemos ser padres, y que estamos dispuestos a que esto suceda”.
Para más consejos, podéis contactarme a térsavé de mi cuenta de Instagram: @evacorujo_letyourselves
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