Las rupturas amorosas son una de las situaciones más difíciles de sobrellevar en nuestra vida. Tienen un impacto profundo en nuestras concepciones sobre el amor, en nuestras expectativas, en nuestra autopercepción, en nuestra autoestima y hasta en nuestras futuras relaciones. Es tan fuerte la experiencia de un corazón roto, que ha inspirado las mayores obras de la literatura, el cine, la música y la poesía. Es precisamente por eso que nos identificamos tanto con las experiencias dolorosas que narra el arte, al sentirlas como un reflejo de nuestra propia realidad: las disfrutamos, las sufrimos, lloramos y nos consolamos en ellas.
Hay mucho por decir respecto a las rupturas amorosas, y definitivamente son muchas las situaciones en las que podríamos esbozar una clasificación de ellas: si se trataba de relaciones cortas, o de relaciones de mucho tiempo; si eran relaciones inestables o indeterminadas, o bien, relaciones formales y estables; si se trató de relaciones que repentinamente terminaron, o de otras que tenían constantes problemas y rupturas; si hay factores de infidelidad, abuso o mal trato… Sin embargo, en este caso queremos abordar el tema desde dos perspectivas específicas: las relaciones que terminan por decisión propia, y las que terminan por decisión de la otra parte.
Cuando la decisión es propia
Tenemos que tener en cuenta que una relación amorosa implica un compromiso de conocimiento mutuo. Entramos en una relación para conocernos más y discernir juntos si eventualmente podemos construir una vida con esta persona, si somos compatibles, si vemos la vida de forma similar, si tenemos planes y visiones que se complementen y nos ayuden a los dos a crecer contribuyendo a nuestra felicidad y proyecto de vida.
Este discernimiento implica que, frente a una relación de noviazgo —que es el escenario de compromiso ideal para este discernimiento—, solo hay dos resultados posibles: o la relación termina, o nos lleva a un compromiso mayor para unir nuestras vidas, es decir, al matrimonio. Cualquier pretensión intermedia o de “zona gris” es un engaño que no corresponde con la realidad de nuestras expectativas y anhelos más profundos. Nuestro corazón anhela una intimidad total y una entrega sin límites: decirnos que estamos de acuerdo con relaciones pasajeras y con compromisos momentáneos es condenarnos de antemano a la frustración y a la insatisfacción sentimental.
En este proceso de discernimiento, una ruptura no siempre implica el fracaso de una relación: a veces, es todo lo contrario. Si en el conocimiento de la otra persona podemos darnos cuenta de que, a pesar de ser un gran ser humano con muchos valores y cualidades, no resulta compatible con nuestro proyecto de vida, si no nos vemos a futuro con esta persona o si no nos trata como sabemos que merecemos y queremos ser tratados, el verdadero fracaso sería continuar en la relación. Tomar la decisión de acabar una relación siempre va a traer dolor a nuestro corazón y nunca será una decisión fácil, pero en muchos casos se trata de la decisión correcta.
Lo que debemos evitar es quedarnos en una relación que no nos plenifica ni nos da paz, solo por compromiso, por lastima o por miedo a la soledad. Muchas veces hay casos en los que, aún sabiendo que la otra persona no es la indicada, preferimos quedarnos en una relación, porque pensamos que “nadie más va a llegar”, “nadie va a ser igual de bueno a esta persona”, “no puedo ser tan exigente”… La responsabilidad afectiva y emocional que tenemos con nosotros mismos exige que optemos siempre por nuestra mayor felicidad, y que busquemos amar al otro como un fin en sí mismo, y no usándolo como un medio para satisfacer nuestras carencias afectivas o inseguridades.
Después de tomada la difícil decisión de romper con una relación, debemos evitar sentimientos de culpa y remordimiento frente al dolor de la otra persona: es precisamente por amor que deseamos que él o ella encuentren a alguien en sus vidas, a alguien que los ame como merecen ser amados. Por eso, volver a “intentar” una relación por compasión solo causará más dolor en los dos corazones, y tampoco resolverá los problemas de base que nos habían llevado a tomar la decisión en primer lugar.
Cuando la decisión no es propia
Respecto del proceso de discernimiento y conocimiento que implica una relación amorosa, si bien los dos vivimos una experiencia común, nuestras experiencias personales pueden ser muy distintas. El amor es siempre un riesgo, y este riesgo de aventurarnos a amar implica que no siempre seremos correspondidos como deseamos. Muchas veces podemos acelerarnos demasiado, y entregar nuestros afectos y sentimientos muy rápido dentro de la relación; entonces, nos sentimos tan a gusto y tan felices con la otra persona, que le confiamos rápidamente lo que somos, poniendo nuestras expectativas en el pedestal de su corazón. Sin embargo, recordemos que hasta que no haya un compromiso de entrega total —manifestado en los votos matrimoniales, que son prenda de un amor libre, total, fiel y fecundo—, aún estamos en un discernimiento, que puede terminar en una ruptura.
Podríamos decir, que para la persona que no escoge terminar con la relación, este es uno de los escenarios más dolorosos y devastadores que se puedan experimentar en la vida emocional y afectiva. Son muchas las razones por las que esto se puede dar: porque la otra persona no se ve en una relación a largo plazo, porque tiene otras parejas o se enamora de alguien más, porque no logra acoger con amor nuestros defectos y errores, o simplemente porque no siente lo mismo que nosotros…
El amor no correspondido duele tanto porque es contrario a nuestra naturaleza: desde el principio, nuestro corazón está llamado a un amor de entrega total y a una correspondencia mutua. Por eso, cuando hemos dado todo de nosotros mismos, cuando esperamos todo de otra persona, y a cambio recibimos menos o somos defraudados, rechazados o desvalorados, esto afecta profundamente ese deber ser tatuado en nuestro corazón. Y, si no tenemos las herramientas para enfrentarlo sanamente, puede terminar impactando nuestra vida negativamente, e incluso muchas veces de forma permanente.
En estos casos, lo que debemos evitar es pensar que las decisiones o percepciones de otros sobre nosotros son un parámetro de validez de nuestra identidad. El hecho de que otros no puedan valorarnos, acogernos, correspondernos y amarnos como deseamos y merecemos no significa que no seamos dignos de valor, de acogida, de correspondencia o de amor. Pero, aunque suene obvio, muchas veces las relaciones fallidas terminan repercutiendo seriamente en las concepciones que tenemos sobre nosotros mismos.
Es válido y hasta necesario que podamos evaluar lo que ocurrió en la relación. Discernir también las enseñanzas que nos dejó, saber en qué debemos mejorar, qué esperamos realmente del otro y qué estamos dispuestos a dar y a aceptar de otra persona. Sin embargo, daña mucho que, después de una ruptura, estemos constantemente pensando en lo que pudimos haber hecho diferente preguntándonos qué está mal con nosotros, por qué actuamos de esta manera, o por qué no hicimos o dijimos tal o cual cosa…
Estas preguntas nos hacen mucho daño. Nos impiden vivir el duelo necesario de la relación: nos impiden también vivir en el hoy, para construir un mejor mañana. ¿Por qué? Porque nos atan al pasado, y pueden generar en nosotros obsesiones respecto a la relación o a la persona, o sentimientos de rechazo hacía nosotros mismos.
Parece obvio decirlo, pero es también importante recordar que lo último que queremos hacer después de una ruptura amorosa que no escogimos nosotros es rogarle al otro, o intentar convencerlo de que vuelva a estar con nosotros. A veces, es algo inevitable cuando hemos desarrollado cierta dependencia emocional por la otra persona, pero esto no es saludable para nosotros: contradice nuestra inmensa dignidad y valor.
Nuestro corazón anhela un amor verdadero, y el amor verdadero es en esencia libre. Mereces ser amado en totalidad y con profunda libertad, mereces ser escogido en una decisión libre y comprometida. Lo que no mereces es vivir pensando que debes convencer a otro de que te quiera o de que te escoja.
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El amor verdadero existe, y es posible construirlo incluso después de muchas rupturas amorosas. Pero requiere que hayas siempre optado por él, en todas tus relaciones, y que hayas aceptado con sencillez y amor propio cuando este amor no era correspondido, o no te era ofrecido.
Las rupturas amorosas duelen profundamente, pero en medio del dolor, recuerda siempre tu inmenso valor. Opta por aquello que mereces, y que la otra persona también merece, y no pierdas nunca la esperanza de encontrar un amor verdaderamente libre, total, fiel y fecundo.
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