La idea de escribir sobre este tema nace a partir de la duda o curiosidad muy válida que puede surgir de parte de un seguidor de una cuenta de Instagram —o la red social que fuere—, con relación a una pareja de enamorados, novios o matrimonio y que comparten, entre otras cosas, parte de su vida. Una de las cosas que podría llamar la atención es que lo que se muestra es, más o menos —en algunos casos más que menos—, un “mundo feliz” y sin problemas, y sinas discusiones ni peleas. ¿Es que no las hay?
Nada más alejado de la realidad. En todas las relaciones humanas hay discusiones y discrepancias; cosas en común y otras que no tanto; costumbres parecidas, y otras que son diametralmente opuestas, etcétera. Con todo, este mundo, esta otra realidad que es el ser humano distinto de uno es con quien uno mismo decide compartir, en principio, un proyecto juntos. Es con quien decidimos tratar de sacarlo adelante. Por ello, considero que podría ser útil compartir algunas reflexiones al respecto.
#1 Piensa ̶m̶a̶l̶ ̶ bien y acertarás:
Es verdad que todos conocemos la frase “piensa mal y acertarás”. Sin embargo, como que no es muy cristiano —ni saludable mental y emocionalmente— andar por la vida pensando que todo el mundo busca hacerte daño, o que hace las cosas para molestarte.
Si miramos las cosas desde el filtro —o con una mirada— “el otro está haciendo las cosas buscando mi bien”, entendiéndose que el amor es buscar el bien del amado, ¿por qué pensaría que aquel que me ama busca mi no bien?
Evidentemente, no es que necesariamente en todos los casos y en el 100 % de las veces, en la práctica, se dé el panorama perfecto en el que sí se busca realmente y al máximo posible el bien del otro —y cabe aclarar que, pese a ser imperfectos y llenos de deficiencias, estamos llamados a ello—. Puede ser que en algún caso el otro no lo haya hecho así; pero eso no quita que yo siga usando ese filtro, al recibir sus palabras y acciones.
Vale decir: ya sea que las intenciones del otro hayan sido buenas o no, nada me habilita a pensar que lo ha hecho con mala intención. Por el contrario, debo pensar que lo hizo buscando mi bien.
#2 No todos son iguales a ti
Todas las personas somos diferentes, con ideas, costumbres, formas de pensar e historias diferentes. A veces —unas más conscientes que otras—, en la práctica, llegamos a pensar que todos deberían de ser iguales a uno. Por lo tanto, entre otras cosas, asumimos que somos quienes tenemos la razón respecto de cómo se debe ver o hacer las cosas. Desde este erróneo punto de vista, no nos resulta posible concebir una forma diferente a la que proponemos nosotros. ¡Bájale dos rayitas a la soberbia!
Un ejemplo común es el de un matrimonio que recién empieza a convivir y en el cual alguna de las partes, en cierta medida, podría llegar a pensar que la forma en que se ha hecho siempre es la forma en que todo el mundo lo ha hecho siempre y que, por lo tanto, es la mejor, y debería de repetirse la práctica.
Ello no es así en absoluto. En este caso particular, se está creando una nueva familia, con nuevas costumbres, con dos personas diferentes y con formas de hacer las cosas, costumbres, historias, manías, y defectos, que formarán lo individual y único que tendrá esta familia, y ninguna otra. Así, los esposos tendrán que encontrar la mejor forma, la forma que mejor funcione para ellos, aflojando y cediendo cuando se tenga que hacer. Y todo para el bien del matrimonio —y no el personal.
#3 ¿Para qué haces lo que haces?
En otras palabras: ¿cuál es el objetivo o fin de lo que haces o dices? Esto, sobre todo —pero no exclusivamente—, en el durante de la discusión. Si la discusión ya se dio y uno se encuentra en ese momento, dentro de las posibilidades, hay que apuntar a tener la cabeza lo suficientemente fría como para poder pensar con objetividad.
Que cada actitud interna, cada acto externo, cada palabra, frase o intención —entiendo que es difícil en el momento, pero no imposible— sea evaluada. Que uno tenga la capacidad de medirse y darse cuenta si es que, al final, lo que voy a hacer va a ser para bien o no, si va a sumar o no, si va a ser de ayuda para resolver el problema o no. O si, por el contrario, mi fin es otro —sea el que fuere—, y no es más que fastidiar al otro, tratar de ganar la discusión solamente por ganarla (soberbia).
Ejemplos concretos, para que se entienda mejor, son, entre otros, cerrarme en mi argumento sabiendo que está mal —o no querer reconocerlo como equivocado— y sin haber escuchado al otro. También sí haberlo escuchado, pero no haber creído válida esta opción de ver las cosas que no es igual a la mía, o hacer comentarios que no vienen al caso, sino que son otros problemas, que debieron decirse en otro momento y que no tienen nada que ver con el problema actual. Además, tampoco suma hacer caras o expresiones que no contribuyen a la resolución del problema, sino que, por el contrario, se presenten como no lenguaje no verbal. ¡Atnción! No se trata de algo que se diga expresamente, pero no por eso esas expresiones dejan de ser elocuentes. Es decir: no es que una mala cara, aunque no diga nada explícitamente, no sea más elocuente que muchas palabras que sí son explícitas.
#4 “Es que tú eres así y asá”
Seguramente, la otra persona puede ser “así y asá”, y puede haber cometido muchos errores. El punto es que, en un momento de la vida, una pareja puede estar discutiendo el problema A, y una de las partes no menciona argumentos o soluciones que puedan resolver ese punto, sino que trae a la discusión los errores X, Y y Z de la otra parte. Un ejemplo concreto para que se entienda mejor: un matrimonio está discutiendo sobre el hecho de que el esposo deja la tapa del inodoro levantada, el esposo dice que no es un hecho que se haga siempre, y que va a intentar dejar de hacerlo o mejorarlo, a lo que la esposa sostiene que no cree que él lo haga, ya que siempre hace las cosas mal, que es muy flojo, que toma mucho y que se gasta la plata en el casino todos los viernes por la noche.
Sí, señora. Seguro que es todo lo demás. Pero no es el mejor momento para decirle todo eso, y no suma a una discusión que no debería ser tan grande. Encuentre un mejor momento para conversar con su esposo, y solucionen los demás problemas entonces. Pero echarle más leña al fuego innecesariamente es un error absurdo. Vayan al punto, y, por ahora, lo demás es mejor evitarlo.
#5 ¿Qué sacamos?
Considero que todas las cosas, eventos, situaciones, problemas, y demás de la vida deberían ser aprovechados para algo más que pasar el rato; es decir, si solo pasaste la discusión, pero no aprendiste nada, no te diste el tiempo para reflexionar qué fue lo que pasó, qué fue lo que ocasionó el problema o la discusión, qué se puede mejorar y qué puede ayudarlo a uno a conocerse mejor, para seguir avanzando como mejor persona… entonces, fue una pérdida de tiempo y esfuerzo. Y también un despropósito, ya que no solo no aprendiste qué no hacer o qué sí, sino que perdiste la oportunidad de que tú y tu pareja aprendan más cosas, como saber cómo es cada uno bajo una situación concreta y particular, y cómo se podría proceder para una siguiente oportunidad que pueda ser similar.
#6 Me equivoqué
Hay un chiste que dice algo así como que las palabras más difíciles son “otorrinolaringólogo”, “esternocleidomastoideo” y “perdón”. Y no me cabe duda de que muchas veces la más difícil de decir es la última.
Es comerte el orgullo de saber que te equivocaste, que vas a exteriorizar verbalmente el «me equivoqué. Perdóname», que muchas veces es visto como un muestra de vulnerabilidad. sin embargo, considero que, por el contrario, es de valientes y humildes el saber reconocer que uno se ha equivocado, y que tiene que pedir perdón. ¡Qué saludable que es para la relación que esta práctica sea habitual !¡Cómo ayuda a la mejora y AL crecimiento de la relación!
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Seguramente muchas otras reflexiones que se podrían hacer con relación a este tema. Si alguna vez lo han pensado o tienen sugerencias que podrían ser materia de desarrollo para una próxima publicación, escríbanlo en los comentarios. Sin duda, podrán resultar de ayuda para más de uno.
¡Sean felices!
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