Qué tema ese del amor propio, ¿verdad? ¿Cómo reconocer esa delgada línea tras la cual el amor propio se convierte en individualismo?
Lo que aprendió la Madre Teresa
En la historia de la Madre de Teresa, recuerdo mucho un momento de su vida en los basureros de Calcuta. De tanto darse a los más pobres de los pobres, ella olvidaba sus horas de comer y desdibujaba sus horas de sueño. Aunque heroico, hubo un momento en el que este ritmo de vida le cobró factura, al grado de que la descompensación le trajo un malestar físico que la alejó de su misión en Calcuta, por un tiempo, hasta que pudiera recuperarse. Este fue un “teaching moment” incluso para alguien como la Madre Teresa: necesito amarme, para poder amar con todo a los demás.
Ya no necesitamos a Narciso
Del otro lado de la balanza, está el famoso Narciso. Pensando en él es que digo: “ámate a ti mismo…, pero no tanto”. No tanto como para que te olvides de amar también a los demás.
Cuando volvemos a la figura griega de Narciso, nos parece irrisorio que alguien se haya enamorado tanto de su propio reflejo, al grado de ahogarse en el charquillo ese en el que se veía tan apasionadamente a sí mismo. Sin embargo, en nuestra sociedad nos pasa algo muy parecido: de pronto no vemos más allá de nuestro propio ombligo.
Entonces, amamos solamente a los que piensan como nosotros, sienten como nosotros o viven como nosotros. Somos Narcisos en potencia cuando solo amamos el reflejo de nosotros en los demás.
¿Y cómo saber si es amor propio o individualismo?
Y por eso la mejor manera de reconocer que estoy teniendo un sano amor propio es que ese amor y ese autocuidado que me tengo me deben habilitar siempre para poder amar y cuidar a los demás. Amor propio que no sale de mí es como un agua de río que se estanca: a la larga, el agua empieza a pudrirse, a ponerse verde, e incluso a oler feo… El amor propio siempre me habilita a amar a otros: necesito ser feliz para hacer felices a los otros, pero necesito hacer felices a los otros para ser realmente feliz.
Bendita Otredad
Cuando el amor que me tengo me hace capaz de amar a quien es distinto a mí, al “otro”, entonces es amor propio del bueno. Y por eso los expertos en relaciones humanas hablan de “la otredad”, de ese que es distinto a mí y que me interpela, me hace crecer, me ofrece perspectiva. El amor propio que no termina en amor a otro se convierte no en autocuidado, sino en autoengaño.
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No te enamores TANTO de ti mismo. No necesitamos más Divas y Narcisos: necesitamos más Gandhis, Santas Teresas y, sobre todo, Cristos. Por eso, ámate tanto que ese amor esté listo para darse a los demás.
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