Muchas parejas se llenan de emoción cuando comienzan la búsqueda de un hijo. A la vez, suele haber cierta cautela, tratando de apaciguar el entusiasmo, pues hay un temor latente: que el embarazo no ocurra.
La infertilidad afecta a una de cada seis parejas, por lo que, incluso sin conocer las estadísticas, uno suele conocer alguna pareja que tenga dificultades para concebir. ¿Cómo vivir este tiempo de búsqueda? En los tres puntos siguientes, exploramos tres actitudes a tener en cuenta para este tiempo.
1. Hay que tener coraje y ser sinceros
Cuando el embarazo no llega, suele haber un manto de miedo que rodea a la pareja. ¿Habrá algún problema? ¿Será normal? ¿Tendríamos que consultar, o esperar? Todas estas preguntas van apareciendo muchas veces acompañadas de un cierto temor. No se suelen decir en voz alta porque cada uno teme asustar al otro. Sin embargo, como nunca, se requiere la sinceridad en la comunicación.
Uno debe encontrar las palabras y el tiempo para poder expresar los miedos, las intuiciones, y los deseos. Mantenerlos en silencio da lugar a proyecciones personales: “debe pensar”, “debe sentir”, “debe creer”. El matrimonio se nutre de los encuentros, y para esto se requiere una comunicación sincera. Si uno se cierra y da por sentado que sabe cómo la otra persona está viviendo esta situación, no hay lugar para un diálogo sincero.
Sin duda, existe el riesgo de no ser comprendido, o de asustar al cónyuge. Pero el matrimonio no es una garantía de que el cónyuge siempre tendrá una respuesta tranquilizadora y una seguridad avasallante. A veces, simplemente ambos tendrán miedo y se sentirán abatidos o desorientados. Lo saludable para la pareja será poder encontrarse también en la soledad o en el dolor. Por el contrario, será nocivo para ellos cerrarse como consecuencia del miedo.
2. La distancia también posibilita el encuentro
La infertilidad no suele vivirse igual. La mujer tiene una cercanía particular y una vivencia física de la espera del embarazo. Siempre será la mujer la primera testigo del sangrado que anuncia un nuevo ciclo y, por lo tanto, un nuevo “embarazo que no fue”. Ella debe ser quien comunique al varón. El varón siempre es notificado.
Esta vivencia física de la mujer, que muchas veces la siente y describe como algo palpable en su propio cuerpo, es un factor ajeno al varón. La distancia que se da en cómo lleva cada uno la fertilidad es fuente de tensión. Las distintas maneras de vivir esta situación deben ser respetadas, y uno debe entender que ambos no lo experimentan igual.
Esta distancia, naturalmente generada, también es un espacio para salir de uno mismo hacia el otro. Solo se dará el encuentro si uno logra salir de su propia experiencia para encontrarse con el otro. Si bien no lo viven de igual manera, ambos están llamados a tratar de entenderse en sus silencios y sus llantos.
3. Reconocer el vínculo como fuente de la familia
Soñar con un hijo por mucho tiempo puede hacer que se confundan algunas cosas. Muchas parejas, lentamente, comienzan a creer que el hijo es quien da el título de familia. Esta idea termina convirtiendo los vínculos en intereses. Los cónyuges terminan siendo, el uno para el otro, un “proveedor” del embarazo, y el hijo termina siendo una adquisición. Esto muchas veces se da de manera sutil, pudiendo darse incluso durante largo tiempo; y así, pensar en el hijo que no llega inevitablemente genera desgaste.
Quienes esperen el embarazo, deberán recordar siempre que lo que es la fuente de la vida familiar es la vida conyugal. Aquello que genera vida —y no en un sentido únicamente biológico— es el encuentro entre los esposos. Gracias a este encuentro, se despliega para ambos un nuevo mundo de intereses, proyectos y pasatiempos comunes. La esencia de la familia es el vínculo vivo y la entrega sincera de los esposos, que es lo que permite que se genere elhogaral que pertenecerá el hijo. El hijo, sea biológico o no, merece ser acogido en una familia, y no cargar con la exigencia de tener que transformar una pareja en una familia.
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