Saber cuántos hijos tener es un tema al que le hemos dado miles de vueltas durante mucho tiempo: se trata de algo que, personalmente, en nuestro matrimonio nos hemos planteado muchas veces. Escribir sobre ello me ayuda a clarificar ideas, y es posible que a más de uno también le resulten útiles.
No hay una respuesta numérica
“¿Cuántos hijos tener?” es una pregunta que no tiene respuesta numérica. No nacemos ni nos casamos con un número escrito en la frente. Nadie puede adivinar certeramente cuándo los va a tener, e incluso en muchas ocasiones los hijos no llegan cuando más los deseamos. El milagro de la vida no está en nuestras manos: que no se nos olvide que los hijos los concede Dios, y que los padres únicamente nos disponemos a acogerlos.
La respuesta a la pregunta “¿cuántos hijos tener?”, por lo tanto, sería más bien ésta: tendremos los hijos que Dios nos conceda, y que podamos acoger. Esto, en definitiva, es lo que constituye la paternidad responsable, un término muchas veces mal entendido.
Acoger a los hijos no quiere decir que vayamos a tenerlos incontrolada o irreflexivamente. A la pregunta “¿podemos tener más hijos?”, se responde con un discernimiento responsable. Permanecer abiertos a la vida es totalmente compatible con saber cuándo es posible que estos vengan, reconociendo y entendiendo el lenguaje del cuerpo, la fertilidad, y teniendo en cuenta factores como la salud, la condición económica y social, y la afinidad matrimonial —a veces no estamos ambas partes en la misma situación, y los hijos siempre son cosa de dos.
Con todos estos componentes, cada matrimonio tiene la libertad y la capacidad de discernir en cada momento de su vida lo que conviene, con la gracia de Dios. Y, como para muchas otras decisiones de la vida, necesitamos pedir ayuda en la oración para saberlo.
¿Qué implica la paternidad responsable?
La sexualidad no solo tiene como finalidad la procreación, sino que también es expresión del amor. Por ello, es lícito ser prudentes y poner los medios para tener o no relaciones en días fértiles utilizando los métodos de reconocimiento de la fertilidad.
Todos los matrimonios vivimos circunstancias distintas a lo largo de la vida, y la decisión puede cambiar por motivos de salud, por motivos económicos o porque dejemos de entendernos. Somos igual de generosos aceptando y asumiendo que de la relación puede venir nueva vida, que cuando por un motivo prudente posponemos el embarazo, eligiendo un medio lícito como lo es un método natural de planificación familiar.
Una de las mayores malinterpretaciones de la paternidad responsable es pensar que significa vivir una paternidad cómoda, de alguna manera egocéntrica, liberándonos de sacrificios. Sin embargo, que sea “responsable” hace hincapié precisamente en la búsqueda consciente de qué querrá Dios de nosotros en ese momento: somos responsables del cuerpo que nos ha dado y de cómo vamos a disponer de él. Y muchas veces podemos atisbar que podemos recibir una vida más en nuestras manos.
Comprender y acompañar la naturaleza es saber que Dios tiene la última palabra
Está claro que los hijos requieren gran entrega y sacrificio, por lo que se necesita una disposición interior para dar la vida.Esta disposición no está reñida, insisto, con posponer embarazo si consideramos que hay un motivo para hacerlo, previo discernimiento, y nadie puede juzgar desde fuera esa decisión ni como buena ni como mala.
En los casos en los que posponemos el embarazo, lo moralmente adecuado es recurrir a las relaciones en periodos infecundos, sin violentar la naturaleza, sirviéndonos de las mismas leyes que Dios ha puesto en nuestra naturaleza, con la ayuda de los métodos naturales que permiten reconocer la fertilidad eficazmente. Pero siempre con la actitud de dejarle a Él la última palabra. Esto supone una diferencia sustancial con el uso de contraceptivos, con los cuales directamente nos oponemos a Dios, siendo contrarios a lo que ha inscrito en nuestra naturaleza y manteniendo una actitud intencional de cierre a la vida.
Entiendo que esto pueda resultar difícil de entender, especialmente para quien se encuentra alejado de la fe, para quien no vive con la consciencia de que nuestro cuerpo no nos pertenece, sino que nos es dado para custodiarlo. El discernimiento responsable del que hablo siempre tiene en cuenta a Dios, que es dador de vida, y rezar es un paso necesario para alcanzarlo. Quien no tiene a Dios cerca, no creerá que deba responder ante nadie más que ante sí mismo, y entonces sería paternidad confortable, no responsable.
Animamos a todos los matrimonios a que dediquen tiempo a reflexionar sobre este tema tan profundo y trascendente. Merece la pena entender por qué hacemos las cosas. A nosotros nos ha servido enormemente meditarlo para vivir confiados en la providencia, para nuestra relación y para educar a nuestros hijos en la fe. Aunque, vistas con ojos humanos, algunas situaciones puedan parecer difíciles o insoportables, sabemos que Dios es nuestro Padre y que siempre nos protege.
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