Muchos matrimonios que llevan utilizando métodos naturales como forma de planificación familiar durante un tiempo se plantean dejar de utilizarlos definitivamente porque ya no quieren tener más hijos, porque quizá crean que han llegado a todo lo que podían dar. Creen que será más sencillo y simple para ellos vivir la sexualidad con contraceptivos o incluso esterilizarse uno de los dos quirúrgicamente. Piensan que así podrán vivir su sexualidad con libertad y evitar tener que recurrir únicamente a los periodos infértiles para tener relaciones sexuales.
¿Tiene sentido usar métodos naturales?
Ante estas situaciones que se nos pueden plantear, creo que la pregunta adecuada no es: ¿por qué no vamos a usar contracepción a partir de ahora?, sino más bien: ¿por qué usamos los métodos naturales? ¿Qué sentido tienen para nosotros?
Si nos da igual elegir entre los métodos naturales o los contraceptivos, pienso que los primeros tienen poco sentido, que no han marcado en nosotros de forma profunda un estilo de vida conyugal. Si no entendemos lo que supone vivirlos en verdad, tampoco llegaremos a entender la moralidad propia del recurso a los días infecundos.
A veces pasa que los métodos naturales parecen algo frío y calculador, una manera de limitar las relaciones sexuales en el matrimonio. Es una visión deformada, que probablemente dé a pie a abandonarlos fácilmente antes o después, sin haberles encontrado el sentido verdadero; es decir, lo que implican en la vivencia de la sexualidad.
Entender el porqué
Es fundamental que un matrimonio que use métodos naturales se plantee porqué los usa —o va a usarlos—. No puede ser algo obligado, ni impuesto. Por ejemplo, si estudias opresivamente, acabarás por odiar esa materia. Pero si entiendes el beneficio que consigues con ese esfuerzo, aunque no te guste la asignatura, encontrarás sentido al aprendizaje. Al menos sabrás que te ha fortalecido. Con la sexualidad pasa algo parecido.
Una cosa es obedecer a las indicaciones que da la Iglesia en temas de sexualidad conyugal, queriendo en lo más profundo seguirlas, con el convencimiento de que es el mejor camino —aunque puede que al principio no se entienda bien, pero te fías, y seguro que antes o después acabas entendiendo—. En cambio, otra cosa es obedecer forzosamente, sin entender el por qué. Si esto ocurre, lo más seguro es que acabemos aun más lejos de ver los beneficios que tiene la planificación familiar natural para el matrimonio; es más, todo será inconvenientes. Y la decisión de pasar a la contracepción no supondrá ningún problema moral.
Sería una pena haber empezado un gran camino de entrega de uno mismo, con nuestro cuerpo y con nuestra alma, para desandarlo reduciéndolo al propio gusto. Porque al final, la contraconcepción, sea del tipo que sea, reduce la sexualidad al placer, y si el sexo no es abrirse a la vida sino sólo placer, nos podría hasta llegar a dar igual con quién.
La entrega verdadera
La entrega total al otro es para siempre, no mientras tengamos o no hijos, no hasta que ya uno sienta que ha cumplido. El amor verdadero es entrega siempre, independientemente de las circunstancias en las que nos encontremos. Es un camino de lucha, de pureza de deseos, de intenciones y respeto y aceptación del otro tal cual es. ¿Acaso dejarían de amarse un hombre y una mujer por saberse infértiles? Nos resultaría enormemente injusto. Lo mismo si la fertilidad la eliminamos intencionalmente.
Lo lógico de usar un método natural sería tener en cuenta que la abstinencia es siempre otra demostración de amor, incluso más profunda porque nos olvidamos de nosotros mismos, aunque sea algo costoso. Nadie dice que no lo sea, y tampoco he conocido hasta ahora a ningún matrimonio que viva encantado con ella. Pero entendiendo el por qué, ese esfuerzo siempre merecerá la pena. Es una lástima que muchos matrimonios no descubran esto, porque, aunque no acaben de dar el paso a la contracepción, sí acabarán perdiéndose lo mejor de su sexualidad.
¿Qué significa vivir la sexualidad con libertad?
Quizá un planteamiento erróneo es creer que por eliminar la fertilidad vamos a ser más libres para poder tener relaciones sexuales cuando queramos. Las tendrás cuando quieras, eso sí, pero no serás más libre, y por lo tanto tampoco más feliz.
Precisamente la libertad se encuentra en la capacidad de elegir el bien, en saber decidir, en tomar decisiones responsables. Y los métodos naturales no sólo nos dan la capacidad real de ser libres —porque decidimos en cada momento qué hacer—, sino que nos enseñan a querernos, a entender nuestras diferencias sexuales, masculinas y femeninas, a respetarnos en todo momento. Eso sí nos satisface, nos completa, nos hace querer de verdad y llegar a más plenitud. Quizá uno de los mayores problemas de la contracepción, algo de lo que se habla poco, es la esclavitud que resulta de buscarse a uno mismo y olvidarse de que el otro es siempre más importante que yo.
Un amor heroico es verdadero
El amor no es calculador. El amor de verdad es entrega total y completa, olvido de uno mismo. Esto, en la sociedad egoísta e individualista que nos ha tocado vivir, suena políticamente incorrecto. Más aún, lo es decir que deberíamos sentirnos llamados a vivir una vida heroica en la apertura a la vida, sobre todo si somos católicos.
Esto no quiere decir tener hijos a lo loco, sino tener conciencia de que los planes de Dios siempre estarán por delante de los nuestros, y eso lo demostramos precisamente manteniendo esa actitud de apertura a la vida y respeto al cónyuge, respeto a su naturaleza, a su persona por entero —alma y cuerpo—, incluida su fertilidad —esa posibilidad de dar vida humana nueva—. Es verdad que muchas mujeres dejan de sentirse queridas cuando el hombre no respeta o no se hace cargo de su fertilidad cambiante. El saberse amada y respetada por entero no es nada comparable a no serlo.
Usar planificación familiar natural para evitar embarazos, cuando se mantiene ese sentido de apertura a la vida y de abandono, nunca es equiparable a usar contracepción. Cuando por motivos concretos el propio matrimonio decide postponer una gestación, se pueden aprovechar los momentos infértiles para las relaciones conyugales; y en los fértiles, en esa espera, se ama de otras maneras, y siempre el acto conyugal estará física y mentalmente abierto a la vida. No es lo mismo tener relaciones en periodos infecundos que hacer infecundo el amor.
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