La persona humana lleva consigo la posibilidad de dar nueva vida, pero esto no lo puede hacer en solitario. Para poder dar vida, necesita de alguien más. Ese alguien más tampoco puede ser cualquiera. Debe ser alguien radicalmente distinto de él, por lo menos en cuanto al sexo. Sólo a partir de la unión del varón y la mujer se puede generar un nuevo individuo humano. ¿Se puede decir que en alguno de ellos resida de manera predominante la fertilidad? ¿Ambos viven la fertilidad de igual manera?
Ni el varón ni la mujer: ambos
Es la pareja humana la que tiene el poder de generar un nuevo individuo; poder de dar origen a alguien alguien absolutamente nuevo y, a su vez, absolutamente dependiente. Es la unión de ambos lo que permite la existencia una realidad como nunca la hubo y que nunca se podrá igualar: alguien único e irrepetible.
Para la generación de esta nueva vida, la pareja debe ser físicamente sana. Por eso, cuando un embarazo no sucede, se tiene el indicio de que no todo está funcionando como debería. Pero más allá de que sea él o ella quien padezca la infertilidad, ésta es algo que debe vivirse como pareja. No poder concebir es algo que le sucede a ambos. Es cierto que puede que sea sólo uno de ellos quien sufra algún desequilibrio en su sistema reproductor. Pero, ¿no son ambos quienes padecen el no poder concebir un hijo?
Se vive de manera diferente
La posibilidad de concebir es algo propio de la pareja; es algo que la pareja está llamada a vivir de manera conjunta. Pero, paradójicamente, ambos no lo viven de igual manera. Siendo algo de la pareja, cada uno tiene lugares distintos.
Es la mujer quien debe notificar al varón lo que sucede en su cuerpo. La llegada de un nuevo ciclo, o la falta del mismo, es algo que se vive en la mujer. Es ella la sede, y la primera informante, tanto de las noticias más esperadas, como de aquellas menos esperadas. Así también, cuando el embarazo no llega, o un embarazo se pierde, es la mujer quien primero lo padece, incluso físicamente. El varón, en cambio, siempre espera ser notificado. Podrá adivinar o conjeturar, pero, en última instancia, espera. Le corresponde la espera y la escucha atenta, puesto que es la mujer quien le notifica los eventos. Y es una espera que, inevitablemente, se vive desde una cierta distancia. En algún sentido, vive la fertilidad entregado a la mujer: espera que ella le confíe lo que le sucede en su cuerpo.
Vivir el encuentro
Experimentar la fertilidad de maneras tan distintas puede generar tensiones. ¿No nos entendemos? ¿Será que su sufrimiento no es como el mío? ¿Entiende realmente lo que esto significa para mí? ¿Por qué no se emociona como yo?
La distancia entre el varón y la mujer no se expresa solamente en la fertilidad. Esta distancia puede vivirse también en muchos otros ámbitos. Por eso es importante la experiencia de salir de uno mismo e ir al encuentro del otro. Salir de lo que uno vive y siente, para encontrarse con la vivencia del otro. Esa es una de las riquezas más grandes que puede atesorar una pareja: la posibilidad de compartir y vivir juntos un encuentro que, individualmente, se vive distinto. Es ese encuentro que, en el plano de la fertilidad, implica una apertura común al más grande fruto del matrimonio, que se recibe en el marco de la mutua entrega de ambos. Mutua donación que está llamada a ser auténtica, viva, total, y no exenta de tensiones.
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