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Tres actitudes ante la fertilidad



La fertilidad es una realidad de la persona humana. Cada uno lleva consigo la posibilidad de reproducirse. A medida que la persona crece, su sistema reproductor madura hasta lograr la posibilidad de generar nueva vida.

De distintas maneras, a través del tiempo, la sociedad buscó distintas estrategias para lograr que la madurez reproductiva se vea acompañada de una adecuada educación, donde la persona sea consciente de esta dimensión personal que implica la fertilidad. Abarca, pues a toda la persona —“dimensión personal”— porque no se trata de algo meramente físico.

Frente a la fertilidad, se puede tomar tres actitudes distintas.

1. Negar la fertilidad

Si bien pocas veces se la presenta de esta manera, lo que busca esta actitud es huir de la realidad de la fertilidad. ¿Cómo? Hoy es posible suprimir las funciones reproductivas de la mujer, y se busca poder testear anticonceptivos que supriman la fertilidad del varón.

El mercado está plagado de anticonceptivos hormonales que inhiben el proceso sano y natural de la mujer, dejándola sin ovulación —y por ende, sin menstruación—. ¿Qué actitud hay frente a la fertilidad con el uso de anticonceptivos que impiden el normal funcionamiento del cuerpo? La respuesta podría ser otra pregunta: ¿De qué fertilidad hablamos? En realidad, no hay fertilidad alguna: esta fue suprimida.

Esta actitud es presentada generalmente en clave positiva, en la que suprimir los mecanismos del cuerpo denota una actitud “responsable”. Esta actitud frente a la fertilidad termina admitiendo —tácita o explícitamente— la creencia de que la fertilidad es un peligro, o incluso un mal del cual uno debe resguardarse.

2. Ignorar la fertilidad

Esta actitud, de alguna manera, es la más extendida. La fertilidad no es suprimida, pero tampoco es valorada adecuadamente como una dimensión de la persona. No se toma acciones en contra del cuerpo —ni del varón ni de la mujer— ya que no se modifica alguna de sus funciones, y se resiste tanto a tomar pastillas como a colocarse implantes de liberación hormonal. Sin embargo, se vive la fertilidad como si esta no existiera.

Esta actitud encuentra su aliado en los profilácticos, que sin generar un daño al mecanismo biológico, son la herramienta perfecta para “no pensar” en la fertilidad. Con esta actitud se termina viviendo como si la fertilidad fuera un commodity —un agregado a la vida de la persona—. Así, llegado a un determinado momento o a una cierta edad, se puede disponer de ella y exigir al cuerpo que produzca un hijo. Con esta segunda actitud no se busca dañar ni suprimir la fertilidad, pero tampoco se quiere ser plenamente partícipe o responsable de ella.

3. Asumir la fertilidad

A diferencia de las otras actitudes, esta actitud no busca vivir la fertilidad como una carga, sino como una propuesta. Es una actitud que no busca inhibir, sino asimilar la realidad de la propia fertilidad y trabajar a partir de ella. En la actitud de “no suprimir”, no se la frena, sino que se la busca incorporar a la propia vida vida, valorándola en toda su riqueza. La herramienta que acompaña esta actitud son los métodos naturales. En ellos se puede encontrar la información necesaria para poder entender el funcionamiento del cuerpo, conocer la salud —o la falta de ella—, y enriquecerse con lo que el cuerpo puede mostrar.

Esta actitud destaca un amor tanto al propio cuerpo como a la persona en su totalidad. Sea que se transmita de madre a hija, o que se viva dentro de la pareja, esta actitud busca respetar los ciclos, que se valoran como un componente importante de la persona. Se busca preservar la fertilidad —y respetar sus mecanismos— por considerarla algo bueno y saludable. Esta actitud busca mostrar cómo la fertilidad no es un enemigo interno, sino que es una herramienta de conocimiento y una oportunidad de vincularse positivamente con el cuerpo.

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