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Valorar la vida y la fertilidad



Nadie se dio a sí mismo la vida y, sin embargo, todos poseemos la capacidad de transmitirla. ¿Cómo debemos entender esta capacidad? ¿Cómo valorar adecuadamente la propia fertilidad? ¿Cómo valorar la nueva vida que se engendra? Aunque estas preguntas parezcan muy grandes, vale la pena reflexionar sobre ellas.

La persona humana da vida

La persona humana es fecunda en sí misma. Su propia interioridad se despliega generando vida nueva. Cada persona, con sus hábitos, introduce al mundo algo nuevo. Por ejemplo, los vínculos que genera la persona dan vida a nuevas amistades. Así, todos producimos continuamente nueva vida, generada por nuestro propio influjo vital. Nuestro mundo interior se despliega hacia los demás.

La persona humana es, además, fértil. Eso quiere decir que no sólo es fecunda en un sentido espiritual —o de vida interior—, sino que es además capaz de generar nueva vida humana. La vida que poseemos, somos capaces de darla. Esta realidad es física y biológica.

Valorar la fertilidad

Es fundamental valorar la fertilidad como un aspecto importante de toda persona. ¿Por qué? Aquí tres consecuencias positivas de apreciar la fertilidad:

1. Valorar la persona

Apreciar la fertilidad es apreciar la persona. La fertilidad no es exclusiva de quienes buscan un hijo, ni de quienes buscan evitar un embarazo. Tampoco es exclusiva de quienes están casados. Y esto es porque la fertilidad es salud. El cuerpo humano es un cuerpo fértil. Valorar la fertilidad, como realidad física, es valorar nuestro cuerpo, que es parte importante de nuestra realidad personal.

2. Valorar al otro

Si la fertilidad es salud, debe ser apreciada como algo bueno. ¿Quién no desea salud para la persona que ama? ¿Se puede amar a alguien, y no querer lo que es saludable y bueno para ella? Si bien esto se aplica a todos, es especialmente importante para los matrimonios. Apreciar la fertilidad se presenta como un antídoto frente al utilitarismo al que se puede volcar la vida sexual. Este utilitarismo puede manifestarse de dos formas:

a. Vivir una sexualidad sin fertilidad. Para evitar caer en una actitud utilitaria, quienes evitan el embarazo están llamados a reconocer la fertilidad y apreciar los tiempos de fertilidad e infertilidad natural. Esto les permitirá armonizar dichos tiempos con su vida sexual y conyugal.

b. Vivir una sexualidad de fertilidad solamente. Esto también puede llevar a una actitud utilitaria. Buscar el embarazo no debe reducir la sexualidad a la reproducción. La sexualidad implica la consideración del otro como una persona —y no un medio para conseguir hijos—, y debe ser una expresión de amor entre los esposos.

3. Valorar la vida

La fertilidad no es voluntaria. Es algo propio y bueno de la persona, y la educación sexual debe centrarse en esta perspectiva. Valorar la fertilidad implica reconocer la nueva vida como una auténtica posibilidad fruto del vínculo humano. Y esta posibilidad de engendrar vida no es algo que dependa de nuestras capacidades morales o intelectuales, ni de nuestros estudios, ni tampoco de nuestros esfuerzos: siempre es un don.

La otra persona no es un mero facilitador para tener un hijo, y el hijo no es la meta a cumplir. Solo apreciando la fertilidad bajo la perspectiva de la vida como don se aprende a valorar a la pareja y al hijo como personas, y no como objetos.

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